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creyéndole muerto, protegidos por un grupo de jinetes, hasta una<br />

de las puertas de Roma. Alfonso, que sólo estaba herido de<br />

gravedad en la cabeza y los brazos, llegaba arrastrándose a las<br />

habitaciones del Pontífice, pidiendo auxilio, y su mujer sufría un<br />

síncope al reconocer su voz.<br />

Sancha y Lucrecia dedicábanse a su curación, y el Papa<br />

prohibía bajo pena de muerte que las gentes penetrasen con armas<br />

en la llamada Ciudad Leonina, o sea en los barrios inmediatos al<br />

Vaticano. Además, colocó centinelas ante la puerta del<br />

dormitorio del herido, a pesar de que lo velaban su mujer y su<br />

hermana a todas horas. Esta conducta de Alejandro denunció su<br />

temor de que volviera a repetirse la intentona de asesinato por<br />

parte de alguien que él no se atrevía a castigar.<br />

Mostrábase el esposo de Lucrecia más inclinado a favor de su<br />

tío el rey de Nápoles que de la familia Borgia, y dicho monarca<br />

napolitano consideraba gran fortuna la posibilidad de que<br />

desapareciese César. Este era enemigo suyo y esperaba solamente<br />

que el rey de Francia avanzase contra Nápoles para unirse a. él.<br />

Ofendido, por su parte, el hijo del Papa a causa del menosprecio<br />

con que le habla tratado Federico cuando solicitó la mano de su<br />

hija, incitaba a Luis XII para que se apoderase de Nápoles cuanto<br />

antes. Convenía esta conquista a sus intereses políticos,<br />

esperando sacar de ella muchos territorios para aquella Italia<br />

futura unificada, bajo su mando.<br />

La opinión general creyó la tentativa de asesinato del duque<br />

de Biseglia obra de César. El tampoco se recató en mostrar el<br />

odio que le inspiraba su cuñado.<br />

«Los encargados de ennegrecer a los Borgias—se dijo<br />

Claudio—sólo hablan del asesinato del príncipe napolitano y no<br />

consignan las declaraciones de César, el cual afirmó que Biseglia,<br />

por encargo del rey de Nápoles, había querido matarlo dos veces;<br />

una de ellas valiéndose de un arquero muy hábil, para que lo<br />

suprimiera desde lejos y sin ruido con un flechazo certero cuando<br />

lo viese pasar por un patio del Vaticano.»<br />

Sin duda, su guardia personal dirigida por el terrible don<br />

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