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aire e invitaba a hacer lo mismo a los señores que le acompañaban, entregándose a la lucha cuerpo a cuerpo con los más humildes de sus súbditos, siempre que éstos tuviesen una poderosa musculatura, venciéndolos o siendo vencido por ellos, y estrechando finalmente la mano de su adversario entre aplausos y aclamaciones. Como la distancia carecía de obstáculos suficientes para intimidar a este jinete incansable, dejaba ir a sus tropas sobre Imola, y a todo galope se dirigía a la Ciudad Eterna para ver a su padre, después de un año de separación. Permanecía dos días junto a él y tornaba a partir para Imola en una galopada inverosímil, corriendo en veinticuatro horas lo que exigía para otros varias jornadas. Seguían las ciudades rindiéndosele sin resistencia. Sublevábase el vecindario contra sus antiguos déspotas aclamando a César. Eran los castillos de cada población los que se defendían, por haberse encerrado en ellos el señor del pequeño Estado o su principal lugarteniente. En Forli, capital de las tierras de la célebre Catalina Sforza— una de las más trágicas figuras del Renacimiento italiano—, ocurría lo mismo. Entregábase la ciudad a discreción, mientras Catalina corría a encerrarse en la fortaleza, dispuesta a morir entre sus ruinas. Este virago, sin duda heroica, vivió una existencia abundante en desgracias y crímenes. Sus infortunios conmovían a los contemporáneos porque era mujer; pero verdaderamente resultaba superior por la brutalidad de su carácter, más salvaje que viril, a todos los tiranos de su época. Su padre, antiguo déspota de Milán, exasperaba de tal modo al pueblo, que éste lo mató, haciendo pedazos su cadáver. La mayor parte de sus parientes, todos ellos tiranos, parecían víctimas de motivadas venganzas. Mujer de cuerpo grande y vigoroso, teñida de rubio, como era la moda entonces, violenta en sus amores y en su sistema de gobernar, se había casado muy joven con un Riario, sobrino de Sixto IV y primo de Juliano de la Rovere. Dicho 256
Riario cometía tales atrocidades, que los habitantes de Forli lo mataron, arrojando su cadáver desde lo alto de la fortaleza. En vez de corregir tal castigo popular el carácter de Catalina, lo hizo más autoritario y cruel. Tomó un amante que realizó iguales excesos, provocando una segunda revolución, en la que fue hecho pedazos, lo mismo que el esposo. Después de esto se dedicó ella sola a oprimir y castigar a su pueblo. Montada a caballo al frente de sus tropas, hizo pasar a cuchillo una parte de la población de Forli, sin perdonar mujeres y niños. Repelida por la muchedumbre hasta la fortaleza de la ciudad y sitiada en ella, le exigieron los sublevados que se rindiese, avisándole que tenían entre sus manos a sus hijos y los harían morir si no capitulaba. Entonces la rubia amazona, subida en una almena, se arremangó las faldas, mostrándose desnuda de cintura abajo, y por toda contestación golpeó con su diestra el blando globo de su vientre y el musgoso triángulo final. Podían matar a sus hijos: ella guardaba el molde para hacer otros. Poseedora de Forli y las poblaciones anexas, como viuda de un sobrino del Papa que las había recibido en feudo, este marimacho joven y bárbaramente heroico resultaba un enemigo digno de César. En vano avanzó Borgia a pecho descubierto hasta el pie del castillo para rogar a la Sforza que capitulase, evitando las consecuencias de una lucha desesperada. La terrible hembra no le quiso oír, y el 12 de enero de 1500, por una brecha abierta a cañonazos, penetraban los asaltantes en el primer recinto. Catalina se refugió entonces en la torre central, apodada El Macho, pero las minas preparadas estallaron a destiempo, haciendo más daño a los suyos que a los enemigos, y éstos consiguieron apoderarse de toda la fortaleza. César hizo prisionera a Catalina, tratándola con los honores debidos a su estirpe, mientras esperaba ocasión de enviarla a Roma, donde le seguían un proceso por haber intentado envenenar al Papa. Los cronistas de Venecia, que aprovechaban todos los sucesos para inventar una nueva calumnia contra los 257
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más humildes de sus súbditos, siempre que éstos tuviesen una<br />
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estrechando finalmente la mano de su adversario entre aplausos y<br />
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Como la distancia carecía de obstáculos suficientes para<br />
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Seguían las ciudades rindiéndosele sin resistencia.<br />
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En Forli, capital de las tierras de la célebre Catalina Sforza—<br />
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ocurría lo mismo. Entregábase la ciudad a discreción, mientras<br />
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Este virago, sin duda heroica, vivió una existencia abundante<br />
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contemporáneos porque era mujer; pero verdaderamente<br />
resultaba superior por la brutalidad de su carácter, más salvaje<br />
que viril, a todos los tiranos de su época.<br />
Su padre, antiguo déspota de Milán, exasperaba de tal modo al<br />
pueblo, que éste lo mató, haciendo pedazos su cadáver. La mayor<br />
parte de sus parientes, todos ellos tiranos, parecían víctimas de<br />
motivadas venganzas. Mujer de cuerpo grande y vigoroso, teñida<br />
de rubio, <strong>com</strong>o era la moda entonces, violenta en sus amores y en<br />
su sistema de gobernar, se había casado muy joven con un Riario,<br />
sobrino de Sixto IV y primo de Juliano de la Rovere. Dicho<br />
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