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Claudio se explicaba este ocho. Era inverosímil que se hubiese enviado un correo especial a su padre únicamente para jactarse de tal hazaña voluptuosa. Su lacónica confidencia no estaba dictada por el impudor o la grosería. «Denota orgullo—pensó—por la solidez y aguante de esta navarra vigorosa que va a ser madre de sus hijos. Necesita alegrar con su confidencia al futuro abuelo, ansioso de que la estirpe de los Borjas se prolongue, de que lleguen a ser reyes de Italia, ambición persistente en la familia desde Calixto Tercero.» Esa exagerada repetición de los cabalgamientos amorosos era algo común en aquella época de vidas cortas, tumultuosamente apasionadas. Los hombres de alta clase vivían entre continuas hazañas de guerra y amor, obligándolos las últimas al uso de violentos afrodisíacos para exacerbar su vigor genésico. Tal fue una de las causas de que todos muriesen jóvenes, envenenadas sus vísceras por mixturas excitantes y roedoras. En el resto de su existencia demostró César pertenecer a la misma especie que todos los hombres célebres por sus hazañas amorosas. Disponía a su arbitrio del ejercicio de sus fuerzas sexuales, dejándolas dormidas cuando le convenía, sin que le estorbasen con el acuciamiento del deseo; centuplicándolas otras veces si lo consideraba útil a sus fines. Esta cualidad era para Claudio el gran secreto de todos los héroes de la seducción agrupados en torno a la figura de su maestro el legendario Don Juan. Recordaba la breve y oscura historia de la duquesa del Valentinado. También ella escribía al Pontífice mostrando gran entusiasmo por las asiduidades de su esposo. Un matrimonio que empezaba tan generosamente no podía reservarle desilusiones en lo futuro Durante cuatro meses, de mayo a septiembre de 1499, César y Carlota permanecían en silencioso retiro. Nadie hablaba de ellos, y a su vez los nuevos duques procuraban vivir lejos de la Historia. De pronto, César tenía que abandonar a su esposa para ir a Roma y emprender la guerra contra los tiranuelos que 248
detentaban las posesiones de la Santa Sede. El estado físico de la duquesa no le permitió seguir a su esposo. En los primeros meses de 1500 daba a luz una niña, que recibió el nombre de Luisa. Ni ésta vio nunca a su padre, ni Carlota volvió a encontrar tampoco a su marido. Al separarse de ella, iba César Borgia hacia las mayores glorias de su vida, a demostrar en tres campañas nada más que el antiguo cardenal de Valencia era un capitán famoso y a morir como soldado oscuro, sin que los que le daban muerte presintiesen la importancia de su acto. Dos años se esforzó Carlota de Albret por ir a Italia en busca de su marido y que éste conociese a su hija. Enviaba para ello frecuentes cartas a su suegro el Papa; pero la continua movilidad del ejército pontificio, las inesperadas marchas y contramarchas de su estrategia, los peligros del viaje, le impidieron cumplir su deseo. Claudio Borja sonreía al pensar en el ocho de la carta de César y en los cuatro meses de silenciosa felicidad de la bella Carlota, cuyo recuerdo la acompañó toda su vida, manteniéndola en voluntaria viudez. Nunca quiso ser de otro hombre, pensando siempre en el único que había amenizado su existencia con tan apasionado vigor. Y moría a la edad de treinta años, sin haber hecho otra cosa que dedicarse a la educación de Luisa, la hija de César Borgia, casada por primera vez con un príncipe de Talmond, muerto en la batalla de Pavía, y finalmente con otro príncipe de la familia Borbón. 249
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Claudio se explicaba este ocho. Era inverosímil que se hubiese<br />
enviado un correo especial a su padre únicamente para jactarse de<br />
tal hazaña voluptuosa. Su lacónica confidencia no estaba dictada<br />
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«Denota orgullo—pensó—por la solidez y aguante de esta<br />
navarra vigorosa que va a ser madre de sus hijos. Necesita alegrar<br />
con su confidencia al futuro abuelo, ansioso de que la estirpe de<br />
los Borjas se prolongue, de que lleguen a ser reyes de Italia,<br />
ambición persistente en la familia desde Calixto Tercero.»<br />
Esa exagerada repetición de los cabalgamientos amorosos era<br />
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apasionadas. Los hombres de alta clase vivían entre continuas<br />
hazañas de guerra y amor, obligándolos las últimas al uso de<br />
violentos afrodisíacos para exacerbar su vigor genésico. Tal fue<br />
una de las causas de que todos muriesen jóvenes, envenenadas<br />
sus vísceras por mixturas excitantes y roedoras.<br />
En el resto de su existencia demostró César pertenecer a la<br />
misma especie que todos los hombres célebres por sus hazañas<br />
amorosas. Disponía a su arbitrio del ejercicio de sus fuerzas<br />
sexuales, dejándolas dormidas cuando le convenía, sin que le<br />
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veces si lo consideraba útil a sus fines. Esta cualidad era para<br />
Claudio el gran secreto de todos los héroes de la seducción<br />
agrupados en torno a la figura de su maestro el legendario Don<br />
Juan.<br />
Recordaba la breve y oscura historia de la duquesa del<br />
Valentinado. También ella escribía al Pontífice mostrando gran<br />
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empezaba tan generosamente no podía reservarle desilusiones en<br />
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Durante cuatro meses, de mayo a septiembre de 1499, César y<br />
Carlota permanecían en silencioso retiro. Nadie hablaba de ellos,<br />
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