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César, héroe del Renacimiento, terrible y fastuoso, gran amigo de exterioridades, dispuesto a conversar con los artistas de su cortejo, entre dos asuntos políticos o dos batallas; sobre los .dibujos de un tapiz, la autenticidad de una estatua antigua o el cincelado de un puñal, se ocupó varias semanas en sus preparativos de viaje, que fueron enormes, amontonando vestiduras lujosas, pedrerías, armas, jaeces de caballos, libros valiosos, toda clase de ricos presentes. Para los gastos llevaba doscientos ducados de oro, cantidad enormísima en aquella época. Gran parte de dicho dinero se lo sacaron él y su padre a los judíos residentes en Roma. Su séquito componíase de treinta gentiles-hombres, un médico, un mayordomo y cien criados, pajes y escuderos Doce carros y cincuenta muías de carga llevaban su equipaje. Sus caballos de montar eran tantos, que ellos solos ocuparon un navío. Además del buque de guerra enviado por Luis XII, en el que se embarcó con sus más íntimos compañeros, dos naves de cabotaje, cinco galeras del puerto de Ostia formaron una pequeña flota, acompañándolo hasta Marsella. Desde este puerto a Turena, donde se encontraba Luis XII, el viaje de César fue una brillante cabalgata. El cardenal Juliano de la Rovere residente en Aviñón como legado del Pontífice, había vuelto a buscar la amistad de éste al verlo en alianza con el monarca francés. Rodrigo de Borja le cortaba todo camino. Ya no podía encontrar nuevos aliados para combatirlo y le convenía ser su adulador. Claudio Borja sentía cierto desprecio al pensar en la conducta del futuro Julio II, el cual figuraba en la Historia como hombre enérgico incapaz de servilismos, no obstante haberse agachado tantas veces ante Alejandro VI, su rival. Este pudo aplastarlo en justa venganza y lo perdonó con una bondad de varón realmente fuerte, sin sospechar que luego de su fallecimiento sería el encargado de ennegrecer su memoria, fabricando una biografía falsa, que ha durado tres siglos. Siempre que hablaba de Alejandro VI con sus íntimos le 242
llamaba judío, marrano o circunciso. Como entre los españoles avecindados en Roma los había que eran marranos, o sea judíos conversos, los italianos, por odio al extranjero, creían de origen ismaelita a todos los procedentes de España. En cuanto al apodo de circunciso, aludía Rovere, al mismo tiempo que a un imaginarlo judaísmo, a ciertos rumores de la maledicencia popular, que suponían en Rodrigo de Borja, cuando era cardenal y atraía a las mujeres como el imán al hierro, un monstruoso desarrollo de cierta parte de su organismo. El hipócrita legado en Aviñón recibía a César como a un príncipe real, y tales eran sus fiestas y banquetes al hijo del circunciso, que en una semana gastó siete mil ducados de oro. Luego escribía entusiásticas cartas al Pontífice alabando la modestia y las virtudes del que todos empezaban a llamar el duque del Valentinado. Esto último no lo consideró Claudio hipérbole adulatoria, pues el valor de las palabras cambia con los tiempos. Modestia significaba entonces simpatía, y eran llamadas virtudes la elegancia, la cultura y el gracejo en la conversación. Seguía adelante el duque del Valentinado, siempre de fiesta en fiesta, acogido reglamente por los más altos señores franceses, que habían recibido órdenes de su monarca para obsequiarlo cual si fuese un príncipe heredero. En Lyon le daban un banquete pantagruélico, con trescientas sesenta piezas de volatería o de caza mayor y ciento sesenta y dos platos montados de confitería, corriendo verdaderos ríos de hipocrás y los mejores vinos de Francia. Por Valence, capital de su ducado, pasaba casi sin detenerse, pretextando que debía ser investido por el mismo rey en persona, y también se negaba a recibir el collar de San Miguel, presentado por un embajador del monarca, arguyendo que él sólo podía aceptarlo de manos de Luis XII. Al fin se encontraba con éste en Chinon, y tan esplendoroso era el cortejo de César, que Brantóme hablaba de él en su libro Vida de hombres ilustres, mostrándose deslumbrado como los otros cortesanos, por el lujo del hijo del Papa, y burlándose al 243
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César, héroe del Renacimiento, terrible y fastuoso, gran amigo<br />
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cincelado de un puñal, se ocupó varias semanas en sus<br />
preparativos de viaje, que fueron enormes, amontonando<br />
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valiosos, toda clase de ricos presentes.<br />
Para los gastos llevaba doscientos ducados de oro, cantidad<br />
enormísima en aquella época. Gran parte de dicho dinero se lo<br />
sacaron él y su padre a los judíos residentes en Roma. Su séquito<br />
<strong>com</strong>poníase de treinta gentiles-hombres, un médico, un<br />
mayordomo y cien criados, pajes y escuderos Doce carros y<br />
cincuenta muías de carga llevaban su equipaje. Sus caballos de<br />
montar eran tantos, que ellos solos ocuparon un navío.<br />
Además del buque de guerra enviado por Luis XII, en el que<br />
se embarcó con sus más íntimos <strong>com</strong>pañeros, dos naves de<br />
cabotaje, cinco galeras del puerto de Ostia formaron una pequeña<br />
flota, a<strong>com</strong>pañándolo hasta Marsella.<br />
Desde este puerto a Turena, donde se encontraba Luis XII, el<br />
viaje de César fue una brillante cabalgata. El cardenal Juliano de<br />
la Rovere residente en Aviñón <strong>com</strong>o legado del Pontífice, había<br />
vuelto a buscar la amistad de éste al verlo en alianza con el<br />
monarca francés. Rodrigo de Borja le cortaba todo camino. Ya no<br />
podía encontrar nuevos aliados para <strong>com</strong>batirlo y le convenía ser<br />
su adulador.<br />
Claudio Borja sentía cierto desprecio al pensar en la conducta<br />
del futuro Julio II, el cual figuraba en la Historia <strong>com</strong>o hombre<br />
enérgico incapaz de servilismos, no obstante haberse agachado<br />
tantas veces ante Alejandro VI, su rival. Este pudo aplastarlo en<br />
justa venganza y lo perdonó con una bondad de varón realmente<br />
fuerte, sin sospechar que luego de su fallecimiento sería el<br />
encargado de ennegrecer su memoria, fabricando una biografía<br />
falsa, que ha durado tres siglos.<br />
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