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Rafael. En tiempo de Alejandro VI servían de habitaciones a su hijo César, y en ellas debió de dar éste algunos de sus banquetes licenciosos. Saliendo del Vaticano, seguía Claudio la calle llamada del Borgo Novo. Resultaba ahora estrecha, pero en el momento de su apertura fue celebrada con versos y fiestas, por la rectitud de su trazado, que iba suprimiendo callejuelas tortuosas y edificios ruinosos. Al Inaugurarse se llamó Vía Alejandrina, por ser el Papa Borgia el autor de dicha obra, que dio aire y luz a la vieja ciudad en torno al Vaticano. Esta calle la había abierto para el jubileo de 1500, que atrajo a Roma enormes muchedumbres de peregrinos. Recordó Borja que uno de los que llegaron a dicho jubileo fue cierto hombre del Norte llamado Nicolás Copérnico. El verdadero estudio de la misteriosa enemistad astronómica iba a empezar bajo el reinado del mismo Pontífice que había intervenido en los más grandes descubrimientos geográficos. Paseaba Claudio por la Roma moderna, capital de la unidad italiana, en igual estado de ánimo que Platina y los humanistas de fines de siglo xv. Estos sólo tenían ojos para lo antiguo, considerando indigno de mención lo que no fuese estatuas desenterradas, ruinas de termas o palacios. Borja menospreciaba la Roma actual y también la remota antigüedad clásica. Sólo merecían su atención los recuerdos del llamado Renacimiento, especialmente de su primera época, cuando los españoles influyeron en Roma por obra de los dos pontífices compatriotas suyos. El resto de la tarde y gran parte de la noche, hasta que le acometió el sueño, lo pasó Claudio en aquel estudio, que era la mejor habitación de su casa, leyendo y reflexionando. Los apuntes manuscritos y artículos impresos entregados por su tío en Niza, meses antes, acababa de encontrarlos por casualidad en una maleta, y su lectura le hizo buscar ciertos libros recientemente adquiridos. Veía a Alejandro VI triunfante, mas no por esto seguro, 210
después que el rey de Francia huía de Italia. El de Nápoles había abdicado en su hijo, el joven Ferrantino; pero como era incapaz de reconquistar su reino venciendo a los diez mil franceses acampados en él, España enviaba al célebre Gonzalo de Córdoba, llamado más adelante el Gran Capitán, y éste, con escasos recursos, iba poco a poco expulsando a los enemigos. También el Papa tenía su guerra. Necesitaba castigar a los feudatarios de la Iglesia que en vez de defenderlo se habían unido a Carlos VIII, haciéndole sufrir grandes humillaciones y poniendo en peligro su vida. César Borgia habla contemplado, en un silencio reflexivo de guerrero, la deslealtad de los barones romanos mientras organizaba mentalmente el porvenir. Siguiendo una tradición de familia, vió el Papa, en esta campaña contra los Orsinis y otros señores, una oportunidad para engrandecer a su primogénito, el segundo duque de Gandía, y lo hizo venir de Valencia, donde se había instalado como un príncipe, después de casarse con la sobrina de Fernando el Católico. Conocía Claudio la vida íntima de este jovenzuelo, hermoso, valiente pero de una inteligencia inferior a la de César y Lucrecia. En los papeles del canónigo Figueras había encontrado la copia de varias cartas dirigidas por el Pontífice a su hijo mayor. Le daba consejos sobre su manera de vivir, recomendándole que no fuese dispendioso, y se mostraba siempre afable, bueno con los humildes, procurando en todas ocasiones no dar motivo de Intranquilidad o disgusto a su esposa la duquesa, pues la paz de la familia debía ser más importante para un caballero cristiano que las fugaces aventuras amorosas. Le aconsejaba Igualmente que fuese devoto de la Virgen y le reñía por algunas travesuras de su desenfrenada juventud. «Un Papa Borgia—pensó—muy distinto al de las leyendas, donde aparecen padres e hilos de tal familia realizando juntos los actos más desvergonzados. De ser ciertas dichas calumnias, ¿cómo Rodrigo de Borja iba a enviar semejantes cartas, 211
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después que el rey de Francia huía de Italia. El de Nápoles había<br />
abdicado en su hijo, el joven Ferrantino; pero <strong>com</strong>o era incapaz<br />
de reconquistar su reino venciendo a los diez mil franceses<br />
acampados en él, España enviaba al célebre Gonzalo de Córdoba,<br />
llamado más adelante el Gran Capitán, y éste, con escasos<br />
recursos, iba poco a poco expulsando a los enemigos.<br />
También el Papa tenía su guerra. Necesitaba castigar a los<br />
feudatarios de la Iglesia que en vez de defenderlo se habían unido<br />
a Carlos VIII, haciéndole sufrir grandes humillaciones y<br />
poniendo en peligro su vida.<br />
César Borgia habla contemplado, en un silencio reflexivo de<br />
guerrero, la deslealtad de los barones romanos mientras<br />
organizaba mentalmente el porvenir.<br />
Siguiendo una tradición de familia, vió el Papa, en esta<br />
campaña contra los Orsinis y otros señores, una oportunidad para<br />
engrandecer a su primogénito, el segundo duque de Gandía, y lo<br />
hizo venir de Valencia, donde se había instalado <strong>com</strong>o un<br />
príncipe, después de casarse con la sobrina de Fernando el<br />
Católico.<br />
Conocía Claudio la vida íntima de este jovenzuelo, hermoso,<br />
valiente pero de una inteligencia inferior a la de César y Lucrecia.<br />
En los papeles del canónigo Figueras había encontrado la copia<br />
de varias cartas dirigidas por el Pontífice a su hijo mayor. Le<br />
daba consejos sobre su manera de vivir, re<strong>com</strong>endándole que no<br />
fuese dispendioso, y se mostraba siempre afable, bueno con los<br />
humildes, procurando en todas ocasiones no dar motivo de<br />
Intranquilidad o disgusto a su esposa la duquesa, pues la paz de la<br />
familia debía ser más importante para un caballero cristiano que<br />
las fugaces aventuras amorosas. Le aconsejaba Igualmente que<br />
fuese devoto de la Virgen y le reñía por algunas travesuras de su<br />
desenfrenada juventud.<br />
«Un Papa Borgia—pensó—muy distinto al de las leyendas,<br />
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actos más desvergonzados. De ser ciertas dichas calumnias,<br />
¿cómo Rodrigo de Borja iba a enviar semejantes cartas,<br />
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