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imponerle respeto, pareció exacerbar su a<strong>com</strong>etividad. Y siguió<br />

hablando al grupo de señoras, sin miramiento alguno, <strong>com</strong>o si<br />

fuesen hombres, fijos sus ojos en la tía de su novia.<br />

¿Qué tenían que decir contra la señora de Pineda?... Todo<br />

envidia, desesperación por no poder Igualarse con una mujer<br />

superior. A ella era lícito vivir más allá de la moral corriente, al<br />

margen de las preocupaciones vulgares, con un derecho que las<br />

.demás no conseguirían nunca. Su moral era la moral de las<br />

diosas de la antigüedad. Podía hacerlo todo; para eso había<br />

nacido más hermosa y más inteligente que las otras mujeres. Las<br />

que la criticaban no pertenecían a su misma especie. Sus palabras<br />

malignas las <strong>com</strong>paraba al croar de las ranas frente a una<br />

majestuosa estatua de Venus erguida en la orilla de un estanque.<br />

¿Qué sabían ellas de la verdadera belleza y del amor?...<br />

—Todas creen haber vivido y haber amado porque <strong>com</strong>en,<br />

duermen y repetidas veces en su existencia conocieron a un<br />

hombre. Y se van del mundo Imaginándose que lo saben todo...<br />

El amor es <strong>com</strong>o el talento, <strong>com</strong>o la riqueza, <strong>com</strong>o la hermosura:<br />

el privilegio de unos pocos. Y los que nacieron para conocer de<br />

veras el amor no están sometidos a las mismas leyes vulgares que<br />

el gran rebaño en el que figuramos los demás. No podemos<br />

entender su modo de razonar, y lo juzgamos indigno... Dejen<br />

tranquilas a las personas superiores, ya que les es imposible<br />

<strong>com</strong>prenderlas.<br />

Tuvo que callar de pronto, sintiéndose entre dos voces que le<br />

interrumpían : una de ellas a sus espaldas. la del embajador<br />

Bustamante, el cual le había puesto su diestra en un hombro:<br />

—¿Qué dices?... ¿Qué disparates son ésos?... ¿Estás<br />

enfermo?... ¿Qué te pasa?<br />

Y al mismo tiempo la viuda de Gamboa, roja de cólera, se<br />

abanicaba rudamente, fijando en el joven los dos rayos de sus<br />

ojos, mientras decía entre balbuceos:<br />

—Claro... ¡fueron tan amigos! El señor se acuerda de aquella<br />

vida escandalosa que nos afrentó a todos... ¡Y mi cuñado piensa<br />

dar su hija a un hombre así! Yo me he opuesto siempre...,<br />

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