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irregular pueda ser recibida en casas respetables. Esta agresión produjo un silencio temeroso en los oyentes, apreciándola todos como un ataque a Enciso de las Casas. Doña Nati no se dio cuenta de su torpeza y siguió dejándose arrastrar por su moralidad peleadora. Como su sobrina era la única señorita que había asistido al banquete y estaba con su padre al lado del cardenal, siendo todas las que le escuchaban casadas o viudas, empezó a expresarse crudamente. —Eso no es una señora... ¿En qué se diferencia de una cocotte? Solo en que no pide dinero a los hombres. ¿Quién sabe si el dinero tiene que darlo ella?... Porque a mí no me digan ustedes que es una belleza. Únicamente los tontos pueden admirarla Hay que verla de cerca, como yo la he visto muchas veces... Pinturas, arreglos, artimañas de mujer mala, que las verdaderas personas decentes nos resistimos a usar. Había olvidado la presencia de Claudio Borja. Hablaba de la moral con autoridad, como si fuese algo propio que le perteneciera desde su nacimiento. Por esto miró en torno con extrañeza, cual si no creyese en sus sensaciones auditivas al quedar cortada su peroración por una voz varonil, algo temblona de cólera, lo mismo que la de ella. —¡La moral! ¿Qué es eso?... Hay muchas morales: la del vulgo, la de los envidiosos que murmuran, las de las malas personas... y la de las gentes superiores, que están más allá de los prejuicios burgueses. Después de mirar la cuñada del embajador a un lado y a otro, acabó por fijarse en Claudio Borja. ¡Era él quien hablaba!... No le produjo menos extrañeza su rostro pálido, con las alillas de la nariz palpitantes v un brillo de agresividad en los ojos. Era una cara de hombre que necesita pelear. Sin duda había bebido. Reconoció el mismo Borja en su interior dicho estado anormal. Efectivamente, sentíase algo ebrio; pero estaba seguro de que en completa abstinencia habría dicho lo mismo. Su voz dura se extendió por iodo el salón, creando el silencio de los otros: mas este mutismo escandalizado, en vez de 204
imponerle respeto, pareció exacerbar su acometividad. Y siguió hablando al grupo de señoras, sin miramiento alguno, como si fuesen hombres, fijos sus ojos en la tía de su novia. ¿Qué tenían que decir contra la señora de Pineda?... Todo envidia, desesperación por no poder Igualarse con una mujer superior. A ella era lícito vivir más allá de la moral corriente, al margen de las preocupaciones vulgares, con un derecho que las .demás no conseguirían nunca. Su moral era la moral de las diosas de la antigüedad. Podía hacerlo todo; para eso había nacido más hermosa y más inteligente que las otras mujeres. Las que la criticaban no pertenecían a su misma especie. Sus palabras malignas las comparaba al croar de las ranas frente a una majestuosa estatua de Venus erguida en la orilla de un estanque. ¿Qué sabían ellas de la verdadera belleza y del amor?... —Todas creen haber vivido y haber amado porque comen, duermen y repetidas veces en su existencia conocieron a un hombre. Y se van del mundo Imaginándose que lo saben todo... El amor es como el talento, como la riqueza, como la hermosura: el privilegio de unos pocos. Y los que nacieron para conocer de veras el amor no están sometidos a las mismas leyes vulgares que el gran rebaño en el que figuramos los demás. No podemos entender su modo de razonar, y lo juzgamos indigno... Dejen tranquilas a las personas superiores, ya que les es imposible comprenderlas. Tuvo que callar de pronto, sintiéndose entre dos voces que le interrumpían : una de ellas a sus espaldas. la del embajador Bustamante, el cual le había puesto su diestra en un hombro: —¿Qué dices?... ¿Qué disparates son ésos?... ¿Estás enfermo?... ¿Qué te pasa? Y al mismo tiempo la viuda de Gamboa, roja de cólera, se abanicaba rudamente, fijando en el joven los dos rayos de sus ojos, mientras decía entre balbuceos: —Claro... ¡fueron tan amigos! El señor se acuerda de aquella vida escandalosa que nos afrentó a todos... ¡Y mi cuñado piensa dar su hija a un hombre así! Yo me he opuesto siempre..., 205
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verdaderas personas decentes nos resistimos a usar.<br />
Había olvidado la presencia de Claudio Borja. Hablaba de la<br />
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—¡La moral! ¿Qué es eso?... Hay muchas morales: la del<br />
vulgo, la de los envidiosos que murmuran, las de las malas<br />
personas... y la de las gentes superiores, que están más allá de los<br />
prejuicios burgueses.<br />
Después de mirar la cuñada del embajador a un lado y a otro,<br />
acabó por fijarse en Claudio Borja. ¡Era él quien hablaba!...<br />
No le produjo menos extrañeza su rostro pálido, con las alillas<br />
de la nariz palpitantes v un brillo de agresividad en los ojos. Era<br />
una cara de hombre que necesita pelear. Sin duda había bebido.<br />
Reconoció el mismo Borja en su interior dicho estado<br />
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