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13.07.2013 Views

momento a otro a la bella argentina. Acogió Claudio la noticia con aparente frialdad, no pudiendo conocer Enciso la verdadera impresión que causaba en él. Tal vez era de sorpresa nada más, y pasado el primer momento, no pareció Interesarse por la próxima llegada de Rosaura. Ella no vino finalmente, y al salir don Manuel de la fiesta con su mujer y tres de sus hijas, las abandonó por unos momentos, para hablar otra vez a Borja: —Indudablemente, no ha podido venir—dijo, sin nombrar a la viuda de Pineda, como si a ellos dos les fuese imposible preocuparse de otra persona—. Pienso visitarla mañana en su hotel. Vamos a dar una modesta comida uno de estos días; pequeña fiesta entre amigos para celebrar cierta distinción que acabo de recibir, sin mérito alguno. El millonario representante gratuito de su país hablaba siempre de modestos banquetes, pequeñas fiestas y distinciones recibidas inmerecidamente. Un gran hombre debe expresarse así. Lo que no impedía que fuese a la caza, sin descanso, de condecoraciones y dignidades académicas, y para las modestas comidas de amigos, vistiese a una docena de domésticos, propios y alquilados, con casaca de seda amarilla, calzón corto y peluca blanca, que hacia chorrear sudor las frentes de estos pobres italianos disfrazados. Su alma de cardenal de otros siglos, en la que se mezclaba la devoción y el pecado—aunque este pecado fuese sólo de pensamiento--, creía indispensable una servidumbre aparatosa, en consonancia con el aspecto de su palacio. Al recibir Borja por escrito una invitación de Enciso de las Casas abundante en Ingenuas confidencias se enteró de que el banquete era para celebrar una gran cruz pontificia que acababan de concederle, la única que faltaba en la brillante colección con que cubría el lado Izquierdo de su frac. Acompañó a don Arístides y su familia en la noche fijada por la invitación, encontrando desde los primeros peldaños de una escalinata del siglo xviii, que era motivo de orgullo para 198

Enciso—enorme como la de un museo, con balconajes de mármol y bustos de diosas y héroes—, a todos los domésticos de los días de gala, ostentando sus pelucas y sus libreas de seda color oro. Salió el dueño de la casa a recibirlos en la puerta del gran salón. Auque el banquete era de los sencillos, y los altos personajes amigos suyos venían simplemente de frac, sin las condecoraciones reservadas para las comidas oficiales, él se había colocado en el lado izquierdo de su pecho una placa de falsos brillantes, con la imagen de un santo en el centro, y una banda bicolor sobre la pechera de la camisa Insignias de la nueva distinción que el Vaticano dejaba caer sobre él. Debía dar tal muestra de gratitud a su eminencia, que estaba entre los demás invitados: uno de los muchos cardenales amigos suyos, a los que adoraba unas veces, no pudiendo vivir sin ellos, o repelía con momentánea indiferencia, según las fluctuaciones de su apasionada amistad, pues mostraba caprichos y veleidades de coqueta nerviosa en sus relaciones con el Sacro Colegio. Ahora su gran hombre era un cardenal que figuraba en todas las comisiones para los asuntos del Vaticano, y había vivido mucho tiempo fuera de Roma, como nuncio del Papa en importantes capitales. —Es el futuro Pontífice—decía Enciso con tono misterioso—. Estoy bien enterado y no puedo equivocarme. La tiara es para él. Y sus amigos se acordaban de las numerosas veces que les había hecho la misma confidencia respecto a otros cardenales, designando como Papa futuro a todo el que era en aquel momento su amigo favorito. 199

Enciso—enorme <strong>com</strong>o la de un museo, con balconajes de<br />

mármol y bustos de diosas y héroes—, a todos los domésticos de<br />

los días de gala, ostentando sus pelucas y sus libreas de seda<br />

color oro.<br />

Salió el dueño de la casa a recibirlos en la puerta del gran<br />

salón. Auque el banquete era de los sencillos, y los altos<br />

personajes amigos suyos venían simplemente de frac, sin las<br />

condecoraciones reservadas para las <strong>com</strong>idas oficiales, él se había<br />

colocado en el lado izquierdo de su pecho una placa de falsos<br />

brillantes, con la imagen de un santo en el centro, y una banda<br />

bicolor sobre la pechera de la camisa Insignias de la nueva<br />

distinción que el Vaticano dejaba caer sobre él.<br />

Debía dar tal muestra de gratitud a su eminencia, que estaba<br />

entre los demás invitados: uno de los muchos cardenales amigos<br />

suyos, a los que adoraba unas veces, no pudiendo vivir sin ellos,<br />

o repelía con momentánea indiferencia, según las fluctuaciones<br />

de su apasionada amistad, pues mostraba caprichos y veleidades<br />

de coqueta nerviosa en sus relaciones con el Sacro Colegio.<br />

Ahora su gran hombre era un cardenal que figuraba en todas<br />

las <strong>com</strong>isiones para los asuntos del Vaticano, y había vivido<br />

mucho tiempo fuera de Roma, <strong>com</strong>o nuncio del Papa en<br />

importantes capitales.<br />

—Es el futuro Pontífice—decía Enciso con tono misterioso—.<br />

Estoy bien enterado y no puedo equivocarme. La tiara es para él.<br />

Y sus amigos se acordaban de las numerosas veces que les<br />

había hecho la misma confidencia respecto a otros cardenales,<br />

designando <strong>com</strong>o Papa futuro a todo el que era en aquel momento<br />

su amigo favorito.<br />

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