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13.07.2013 Views

vida de sol- | tero, sin finalidad y sin provecho alguno. Trabajaría mejor al lado de su esposa, en una casa propia, llevando la existencia, ordenada de todos los varones dignos de respeto que sirven a la sociedad, recogiendo al mismo tiempo provechos y honores. Hasta le insinuó hábilmente lo que iba a ganar en consideración social siendo yerno del embajador Bustamante. Podría pretender en España honorables cargos públicos; se vería admitido en Roma, por derecho propio, en el mundo de los representantes diplomáticos, que don Arístides trataba ya como si fuese su ambiente natal. Reconoció que Borja se veía aceptado en dicho mundo como un joven simpático y de cualidades recomendables; pero tal vez el mayor de sus méritos consistía en ser allegado a la familia del embajador de España. Quedó Claudio indeciso ante las insinuaciones de su antiguo tutor. En realidad, no había hablado jamás de casamiento con Estela. Como se tuteaban desde niños y existía entre ellos una confianza de camaradas, podían conversar de todo, cual si sus destinos tuvieran una finalidad común, pero sin concretar nunca el carácter de tales destinos. Se miraban sonrientes se estrechaban las manos, tenían en sus palabras y movimientos una confianza igual a la de los muchachos que se entregan juntos a sus juegos; mas nunca habían hablado concretamente de amor. ¡Notaba él tal distancia entre sus conversaciones con Estela y otras desarrolladas en un hermoso jardín frente al Mediterráneo!... Jamás la había besado ni sentido la tentación de hacerlo. Era a modo de un amigo dulce, plácido, de una simpatía reposante para él... y que llevaba faldas. Tal vez la amaba sin darse cuenta de hasta dónde podía llegar su pasión, pero con un amor distinto a los otros que había conocido en su existencia. A dichas consideraciones se unió un poco de cólera contra la tía de Estela. Aquella doña Nati, agria de carácter, obligada a enormes esfuerzos para demostrar una amabilidad falsamente maternal, ¿con qué derecho se metía a interpretar sus sentimientos, dando como noviazgo digno de matrimonio lo que 194

era solamente una dulce amistad nacida en los tiempos de su infancia?... Extinguida esta protesta interior contra la viuda de Gamboa, volvió Borja a considerar las proposiciones de don Arístides con el mismo respeto que cuando vivía sometido a su tutela. ¿Por qué no casarse?... Alguna, vez tendría que imitar el ejemplo de los demás, y mejor era Estela que cualquiera otra de las mujeres que podían salirle al camino. Aquellas embozadas promesas de honores alcanzados por el hecho de ser yerno de Bustamante no le emocionaban. Sólo tenía en cuenta el dulce carácter de ella, o, mejor dicho, su ausencia de verdadero carácter, lo que le haría plegarse en todo a las costumbres y las ideas de su esposo. Y contestó finalmente al embajador admitiendo sus consejos. Estaba dispuesto al matrimonio, siendo don Aristídes quien debía arreglar lo necesario para que se realizase. Hombre imaginativo, acostumbrado a concentrar voluntades y deseos en la última idea aceptada, apreció Claudio su casamiento como una dicha un poco monótona dulce y pálida, semejante a uno de esos días de bruma ligeramente enrojecida por el sol, en que personas y cosas parecen acolchadas fluidamente, dando a los movimientos una sensación de blandura silenciosa y elástica. Además, por una regresión caprichosa de su pensamiento, él, que nunca se preocupaba de la moral, considerándola incompatible con el arte y el amor, admiró la pureza y la inocencia de esta joven, cualidades que meses antes habría llamado «el dote natural de una muchacha algo tonta». Hasta se dijo que la vida común con una mujer ingenua y sencilla de carácter influiría en su porvenir, libertándole de las angustias y contradicciones mentales que habían amargado su juventud. Esta Elisabeta iba a hacer del caballero Tannhauser un personaje ponderado y ecuánime, como decía don Arístides al completar el retrato de cualquiera de sus amigos hispanoamericanos. A partir de dicha entrevista Claudio y Estela se consideraron futuros esposos, sin que ninguno de los dos hubiese dicho una palabra concreta. El padre y la tía se encargaron de fijar la 195

era solamente una dulce amistad nacida en los tiempos de su<br />

infancia?...<br />

Extinguida esta protesta interior contra la viuda de Gamboa,<br />

volvió Borja a considerar las proposiciones de don Arístides con<br />

el mismo respeto que cuando vivía sometido a su tutela. ¿Por qué<br />

no casarse?... Alguna, vez tendría que imitar el ejemplo de los<br />

demás, y mejor era Estela que cualquiera otra de las mujeres que<br />

podían salirle al camino. Aquellas embozadas promesas de<br />

honores alcanzados por el hecho de ser yerno de Bustamante no<br />

le emocionaban. Sólo tenía en cuenta el dulce carácter de ella, o,<br />

mejor dicho, su ausencia de verdadero carácter, lo que le haría<br />

plegarse en todo a las costumbres y las ideas de su esposo.<br />

Y contestó finalmente al embajador admitiendo sus consejos.<br />

Estaba dispuesto al matrimonio, siendo don Aristídes quien debía<br />

arreglar lo necesario para que se realizase.<br />

Hombre imaginativo, acostumbrado a concentrar voluntades y<br />

deseos en la última idea aceptada, apreció Claudio su casamiento<br />

<strong>com</strong>o una dicha un poco monótona dulce y pálida, semejante a<br />

uno de esos días de bruma ligeramente enrojecida por el sol, en<br />

que personas y cosas parecen acolchadas fluidamente, dando a<br />

los movimientos una sensación de blandura silenciosa y elástica.<br />

Además, por una regresión caprichosa de su pensamiento, él,<br />

que nunca se preocupaba de la moral, considerándola<br />

in<strong>com</strong>patible con el arte y el amor, admiró la pureza y la<br />

inocencia de esta joven, cualidades que meses antes habría<br />

llamado «el dote natural de una muchacha algo tonta». Hasta se<br />

dijo que la vida <strong>com</strong>ún con una mujer ingenua y sencilla de<br />

carácter influiría en su porvenir, libertándole de las angustias y<br />

contradicciones mentales que habían amargado su juventud. Esta<br />

Elisabeta iba a hacer del caballero Tannhauser un personaje<br />

ponderado y ecuánime, <strong>com</strong>o decía don Arístides al <strong>com</strong>pletar el<br />

retrato de cualquiera de sus amigos hispanoamericanos.<br />

A partir de dicha entrevista Claudio y Estela se consideraron<br />

futuros esposos, sin que ninguno de los dos hubiese dicho una<br />

palabra concreta. El padre y la tía se encargaron de fijar la<br />

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