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aconsejándole que retrocediese cuanto antes. Fernando el Católico creaba desde España una Liga contra Carlos VIII, entrando en ella el Papa, el emperador de Austria, Venecia y hasta el mismo Ludovico el Moro, que había abierto a los franceses las puertas de Italia de y estaba arrepentido en vista de sus excesos. Dicha Liga fue proclamada el 12 de abril de 1495 y Carlos tuvo que replegarse inmediatamente hacia la frontera francesa para que no le cercasen los aliados dentro del reino de Nápoles. No tenía barcos para evadirse por el Mediterráneo, y España y Venecia dominaban con sus flotas este mar, así como el Adriático. Debía volver a salir por los Alpes, lo mismo que había entrado, y para ello necesitaba atravesar otra vez las tierras pontificias. Dejando una parte de su ejército en Nápoles, mandado por el duque de Montpensier, tomaba el camino de Roma, anunciando su regreso al Papa con las palabras más amables. Pero Alejandro, zorro viejo, no iba a caer en las trampas puestas por este mancebo alegre. Tal vez quería apoderarse de César Borgia, llevándolo a su lado como escudo protector para atravesar la Italia sublevada, entrando en Francia. Además, le placería mucho vengarse de un cardenal, más joven que él, que lo habla puesto en ridículo con su fuga de Velletri. Para que el Papa lo esperase en Roma, le ofreció un regalo inmediato de cien. mil ducados y un tributo anual de cincuenta mil a cambio de la investidura de Nápoles. Como aún tenía parte de sus tropas en dicho reino, consideraba indiscutible su conquista, no pudiendo imaginar que Fernando el Católico enviase un ejército desde España para quitárselo. Ni las ofertas del rey ni las amenazas de los embajadores franceses conmovieron al Papa; e imitando la táctica de César, huyó de Roma con veinte cardenales, refugiándose en Orvieto. Carlos apenas se detuvo en Roma para ir también a Orvieto; mas entonces, Alejandro, que no quería verlo a todo trance, se marchó a Perusa, mientras las tropas de la Liga formada contra 190
aquél se iban reuniendo en Parma. Tal noticia hizo desistir al rey francés de su entrevista con el Santo Padre, y precipitó su retirada hacia los Alpes, al mismo tiempo que Alejandro retrocedía tranquilamente a Roma guiado por César, quien meses antes había salido de su escondrijo en la casa del clérigo Flores, y seguía a su padre en estas hábiles marchas y contramarchas. Hubo de librar Carlos una furiosa batalla para abrirse paso a través de los confederados. El peligro le hizo combatir valerosamente, siendo esta lucha la única digna de mención en toda la guerra. Aunque consiguió ponerse en salvo, tuvo que dejar en manos del enemigo todos los bagajes de su ejército, así como el botín robado en Nápoles. Hasta los objetos personales del monarca quedaron abandonados en el campo de batalla, especialmente una colección de pinturas representando a todas las beldades conocidas por Carlos VIII en Italia. —Aseguran que el rey cambiaba casi todos los días de amante—dijo Borja, sonriendo—, y su expedición duró once meses. Calcule usted, don Manuel, cuántos serían los retratos de las damas. Esta guerra de una batalla única resultaba terriblemente mortífera por los combates de la fornicación más que por los de las armas. Una demencia lujuriosa parecía haberse apoderado de los treinta mil hombres desde que atravesaron los Alpes. Cierto cronista napolitano que dio alojamiento a dos señores franceses relataba cómo cada uno de ellos tenía ordinariamente siete hermosas jóvenes o mujeres casadas a su servicio, las cuales se renovaban, disputándose sus caricias. —Además, dicha guerra—siguió Borja—hizo conocer una de las grandes calamidades que todavía afligen a los humanos. El espectro lívido de la sífilis tomó cuerpo repentinamente, aterrando a todos con la visión explosiva de su fealdad. Es probable que existiese antes, pero en una forma distinta, confundiéndose con la lepra... Por un misterio todavía 191
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aquél se iban reuniendo en Parma.<br />
Tal noticia hizo desistir al rey francés de su entrevista con el<br />
Santo Padre, y precipitó su retirada hacia los Alpes, al mismo<br />
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por César, quien meses antes había salido de su escondrijo en la<br />
casa del clérigo Flores, y seguía a su padre en estas hábiles<br />
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Hubo de librar Carlos una furiosa batalla para abrirse paso a<br />
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valerosamente, siendo esta lucha la única digna de mención en<br />
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Aunque consiguió ponerse en salvo, tuvo que dejar en manos<br />
del enemigo todos los bagajes de su ejército, así <strong>com</strong>o el botín<br />
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—Aseguran que el rey cambiaba casi todos los días de<br />
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Esta guerra de una batalla única resultaba terriblemente<br />
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las armas. Una demencia lujuriosa parecía haberse apoderado de<br />
los treinta mil hombres desde que atravesaron los Alpes. Cierto<br />
cronista napolitano que dio alojamiento a dos señores franceses<br />
relataba cómo cada uno de ellos tenía ordinariamente siete<br />
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—Además, dicha guerra—siguió Borja—hizo conocer una de<br />
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