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13.07.2013 Views

cometiendo iguales atropellos que en las otras poblaciones italianas, especialmente en la persecución de las mujeres. Mientras tanto, el monarca francés consultaba a sus astrólogos el día más favorable para hacer su entrada en la Ciudad Eterna. Estos designaron el de San Silvestre, y el 31 de diciembre penetró Carlos en Roma con el aparato de un triunfador dando por segura los enemigos de Rodrigo de Borja la pérdida de su tiara. Rovere y los cardenales que iban en el séquito real proyectaban la reunión de un conclave que le depondría, nombrando a otro Pontífice. Escuchó Alejandro pacientemente todas las imperativas exigencias de los delegados del joven monarca. Pedían la entrega inmediata del príncipe Dj'em, y que permitiese una guarnición francesa en el castillo de Sant' Angelo. César Borgia seguiría en rehenes a Carlos VIII hasta que éste conquistase a Nápoles, y el Pontífice debía darle en seguida la investidura de dicho reino, legitimando asi sus derechos como heredero de los Anjous. Ante unas exigencias tan rudamente expuestas por los enviados regios, no había más que aceptarlas con una abdicación vergonzosa, o romper las entrevistas, negándose a todo. Alejandro no hizo ni una cosa ni otra. Discutió, dio largas a la resolución de cada una de las peticiones. Cuando se veía obligado a responder acto continuo, sufría un sincope, y era preciso dejar el asunto hasta el día siguiente. César había abandonado a Orvieto al ver la plaza libre de sitiadores, y, adelantándose a éstos con uno de aquellos golpes sorprendentes que empleó luego en sus campañas, estaba otra, vez al lado de su padre. El aconsejó la única medida enérgica que se podía adoptar, y el 7 de enero. Alejandro y sus cardenales abandonaron en secreto el Vaticano por el pasaje subterráneo que une éste al castillo de Sant' Angelo, refugiándose en dicha fortaleza, como si pretendieran defenderse desesperadamente. Tran grande era aún el prestigio del Papa, que el rey de Francia no osó atacarlo ni deponerlo, como le aconsejaban Juliano de la Rovere, Ascanio Sforza y tres cardenales más que figuraban en su séquito. Temía el descontento que pudieran 184

provocar dichos actos en Francia y fuera de ella. Al mismo tiempo, el Pontífice y sus cardenales se daban cuenta de que el castillo de Sant’ Angelo no podría resistir un verdadero asalto, y esta doble consideración hizo que por ambas partes se reanudasen las conferencias, poniéndose de acuerdo, finalmente, el 15 de enero. Dicha convención casi fue un triunfo para el Pontífice, al que todos creían perdido días antes. El príncipe Djem quedaba confiado al rey de Francia en todo el curso de la expedición contra los turcos; pero el Papa continuaría cobrando del sultán la pensión de cuarenta mil ducados. César Borgia iba a acompañar a Carlos VIII en su campaña durante cuatro meses no en rehenes, sino como legado pontificio, con todos los honores debidos a tan alto cargo, una guarnición francesa ocuparía Civitavecchia mientras el ejército del rey atravesaba los estados de la Iglesia, y Juliano de la Royere se reinstalaría en el castillo de Ostia. Alejandro VI, en compensación, debía conservar el castillo de Sant' Angelo, recibir testimonio de obediencia públicamente del rey de Francia, gobernar con entera libertad sus estados y ser protegido por dicho monarca contra todo ataque. ¡Y ni una palabra sobre el reconocimiento de los derechos de Carlos VIII al reino de Nápoles, que era lo que deseaba evitar Borgia!... Tal omisión y el juramento de obediencia del rey francés al Pontífice representaban una victoria diplomática enorme, un triunfo de su autoridad espiritual. Volvía Alejandro, por el mismo pasaje secreto, desde el castillo a su Palacio, recibiendo con gran majestad a Carlos VIII. Hizo tanta impresión en el joven monarca este Pontífice, al que veía por primera vez, y lo sedujo luego con tan agradables palabras en la intimidad, que ya no habló de su investidura de Nápoles, contentándose con dejar dicho asunto para otra ocasión. Necesitaba el conquistador partir cuanto antes. Roma estaba amenazada por el hambre. Las tropas francesas habían devorado cuantas reservas se guardaban en la ciudad y sus cercanías. El pueblo no podía sufrir la arrogancia de los invasores. Diariamente 185

provocar dichos actos en Francia y fuera de ella. Al mismo<br />

tiempo, el Pontífice y sus cardenales se daban cuenta de que el<br />

castillo de Sant’ Angelo no podría resistir un verdadero asalto, y<br />

esta doble consideración hizo que por ambas partes se reanudasen<br />

las conferencias, poniéndose de acuerdo, finalmente, el 15 de<br />

enero.<br />

Dicha convención casi fue un triunfo para el Pontífice, al que<br />

todos creían perdido días antes. El príncipe Djem quedaba<br />

confiado al rey de Francia en todo el curso de la expedición<br />

contra los turcos; pero el Papa continuaría cobrando del sultán la<br />

pensión de cuarenta mil ducados. César Borgia iba a a<strong>com</strong>pañar a<br />

Carlos VIII en su campaña durante cuatro meses no en rehenes,<br />

sino <strong>com</strong>o legado pontificio, con todos los honores debidos a tan<br />

alto cargo, una guarnición francesa ocuparía Civitavecchia<br />

mientras el ejército del rey atravesaba los estados de la Iglesia, y<br />

Juliano de la Royere se reinstalaría en el castillo de Ostia.<br />

Alejandro VI, en <strong>com</strong>pensación, debía conservar el castillo de<br />

Sant' Angelo, recibir testimonio de obediencia públicamente del<br />

rey de Francia, gobernar con entera libertad sus estados y ser<br />

protegido por dicho monarca contra todo ataque. ¡Y ni una<br />

palabra sobre el reconocimiento de los derechos de Carlos VIII al<br />

reino de Nápoles, que era lo que deseaba evitar Borgia!... Tal<br />

omisión y el juramento de obediencia del rey francés al Pontífice<br />

representaban una victoria diplomática enorme, un triunfo de su<br />

autoridad espiritual.<br />

Volvía Alejandro, por el mismo pasaje secreto, desde el<br />

castillo a su Palacio, recibiendo con gran majestad a Carlos VIII.<br />

Hizo tanta impresión en el joven monarca este Pontífice, al que<br />

veía por primera vez, y lo sedujo luego con tan agradables<br />

palabras en la intimidad, que ya no habló de su investidura de<br />

Nápoles, contentándose con dejar dicho asunto para otra ocasión.<br />

Necesitaba el conquistador partir cuanto antes. Roma estaba<br />

amenazada por el hambre. Las tropas francesas habían devorado<br />

cuantas reservas se guardaban en la ciudad y sus cercanías. El<br />

pueblo no podía sufrir la arrogancia de los invasores. Diariamente<br />

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