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impropias de sus pocos años.<br />

Se esforzó el Papa por hacer frente al próximo avance francés.<br />

Como Ve-necia estaba en relaciones con el sultán de<br />

Constantinopla, envió a éste un agente secreto, llamado<br />

Bocciardo, pidiéndole aconsejase al Gobierno veneciano que se<br />

pusiera de parte de Nápoles. El hecho de guardar en su poder a<br />

Djem, hermano del sultán Bayaceto, facultaba al Pontífice para<br />

intentar dicha gestión. Al mismo tiempo, el enviado debía pedir<br />

al jefe del Islam que pagase anticipada una anualidad por el<br />

mantenimiento de su hermano en Roma. Dicha pensión, de<br />

cuarenta mil ducados, serviría al jefe de la Iglesia para defenderse<br />

de la invasión francesa.<br />

Mientras tanto, Carlos VIII justificaba sus preparativos<br />

guerreros con un fin falsamente religioso. Luego que se<br />

apoderase del reino de Nápoles, iría a conquistar a<br />

Constantinopla y Jerusalén (¡el eterno pretexto de la cruzada!);<br />

pero ni él ni sus capitanes pensaban en cumplir tales promesas.<br />

Salía de Roma el Pontífice para avistarse con Alfonso II cerca<br />

de la frontera napolitana, examinando los medios de resistir con<br />

las armas a los invasores. Alejandro VI y el joven cardenal César<br />

sostenían la conveniencia de ir al encuentro del adversario con un<br />

movimiento ofensivo, aprovechando la dispersión de sus fuerzas<br />

en el avance. Alfonso temía salir del reino con sus escasas tropas<br />

por miedo a la sublevación que seguramente estallaría apenas se<br />

alejase.<br />

El 3 de septiembre pasaba el rey de Francia la frontera de<br />

Saboya. Iban con él quince mil hombres de armas y escuderos,<br />

ocho mil arcabuceros gascones, seis mil alabarderos suizos, mil<br />

quinientos arqueros franceses y ciento cincuenta cañones<br />

enormes. Esta aglomeración de hombres armados, la más grande<br />

en realidad que se había visto en aquella época, no llevaba<br />

tiendas de campaña, ni víveres ni dinero. Las tropas vivían sobre<br />

las tierras, conquistadas. Además, este ejército de franceses iba<br />

hacia la rica Italia en el mismo estado de ánimo que las<br />

andrajosas y famélicas bridas de la República, tres siglos después,<br />

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