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Media, a partir del siglo xiii, aurora del Renacimiento, era en España, país de moros, ludios y cristianos, donde más se creía en la llamada esfera. —Colón—siguió diciendo Enciso—, en vez de ser perseguido por la ignorancia española, como han supuesto tantos autores ligeramente, copiándose unos a otros, resultó en España un ignorante, comparado con muchos que escuchaban sus planes. Usted sabe que Colón no creía que el mundo fuese redondo, sino más bien en forma de pera, teniendo colocado en su pezón o parte más alta el Paraíso terrenal. También afirmaba que en nuestro planeta, dividido en siete partes, seis de ellas son tierra firme y sólo una la ocupan los mares. En cambio, un obispo de España, cuando algunos colegas suyos criticaban por rutina el proyecto de Colón de ir hacia Occidente dando vuelta a la Tierra, fundándose en que San Agustín y otros autores sacros dudaban de dicha esfericidad, contestó con energía: «San Agustín y otros respetables varones son autoridades en materias teológicas, pero de ningún modo en cosmografía.» Hubo un silencio, y Claudio Borja dijo con aire pensativo: —De todos modos, fue un acto hermoso e interesante el del padre de madona Lucrecia partiendo la Tierra en dos pedazos. Demuestra la autoridad que aún gozaba entonces el Pontífice, no obstante sus propias liviandades y las de muchos antecesores. Pudo repartir el mundo como cosa propia... Lo malo fue que ya empezaba entonces a moverse en Alemania un frailecillo agustino llamado Martín Lucero 172
V LA ESCANDALOSA GUERRA DE LA FORNICACIÓN», Y COMO PRODUJO, CON DIVERSOS NOMBRES, UN ESPECTRO LÍVIDO QUE TODAVÍA EXISTE Enciso se aproximó a una de las ventanas de su biblioteca, mirando al exterior. —Llueve. No se vaya usted aún. Fumemos otro cigarro. Brillaban calles y techumbres bajo una lluvia tenaz que oscurecía prematuramente el cielo del atardecer. Claudio Borja, que ya se había puesto en pie para marcharse, volvió a ocupar un sillón, tomando el grueso cigarro ofrecido por el diplomático. Se quedaría media hora más, esperando que pasase el chubasco. Y reanudaron su evocatoria e histórica conversación. —El año mil cuatrocientos noventa y cuatro—dijo Enciso después de reflexivo silencio—resultó para el Papa Borgia el más peligroso de su existencia. A fines de enero supo la muerte casi repentina del rey Ferrante o Fernando, aquel bastardo nacido en Valencia, que fue cabeza de la dinastía napolitana de Aragón. Su heredero Alfonso Segundo se apresuró a buscar el apoyo del Papa, único soberano de Italia que podía ayudarle. Veíase amenazado el nuevo monarca por la expedición de Carlos Octavo y la hostilidad del pueblo y los barones de Nápoles, tratados con rudeza por el difunto don Ferrante. Oirá vez se consideró Alejandro VI en un dilema angustioso. El rey de Francia le enviaba embajadores amenazándole con reunir un Concilio que le quitaría la tiara si no se unía a él. Juliano de la Royere, separado del rey de Nápoles, empezaba a trabajar por el monarca francés. Además corría el peligro de perder a su íntimo amigo el cardenal Ascanio Sforza, partidario también del rey de Francia por su parentesco con el tirano de Milán. 173
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Media, a partir del siglo xiii, aurora del Renacimiento, era en<br />
España, país de moros, ludios y cristianos, donde más se creía en<br />
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—Colón—siguió diciendo Enciso—, en vez de ser perseguido<br />
por la ignorancia española, <strong>com</strong>o han supuesto tantos autores<br />
ligeramente, copiándose unos a otros, resultó en España un<br />
ignorante, <strong>com</strong>parado con muchos que escuchaban sus planes.<br />
Usted sabe que Colón no creía que el mundo fuese redondo, sino<br />
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más alta el Paraíso terrenal. También afirmaba que en nuestro<br />
planeta, dividido en siete partes, seis de ellas son tierra firme y<br />
sólo una la ocupan los mares. En cambio, un obispo de España,<br />
cuando algunos colegas suyos criticaban por rutina el proyecto de<br />
Colón de ir hacia Occidente dando vuelta a la Tierra, fundándose<br />
en que San Agustín y otros autores sacros dudaban de dicha<br />
esfericidad, contestó con energía: «San Agustín y otros<br />
respetables varones son autoridades en materias teológicas, pero<br />
de ningún modo en cosmografía.»<br />
Hubo un silencio, y Claudio Borja dijo con aire pensativo:<br />
—De todos modos, fue un acto hermoso e interesante el del<br />
padre de madona Lucrecia partiendo la Tierra en dos pedazos.<br />
Demuestra la autoridad que aún gozaba entonces el Pontífice, no<br />
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Pudo repartir el mundo <strong>com</strong>o cosa propia... Lo malo fue que ya<br />
empezaba entonces a moverse en Alemania un frailecillo<br />
agustino llamado Martín Lucero<br />
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