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efectuaron en el mes de junio las bodas verdaderas de Lucrecia y Juan Sforza, siendo celebrado tal suceso con uno de los banquetes más famosos de aquella casa. Las necesidades de la política no permitieron el transcurso del año que se había marcado como plazo para que se juntasen los esposos, y Juan Sforza entró en Roma a la cabeza de un séquito brillante, entre sus cuñados Juan y César, que habían salido a recibirlo. Lucrecia lo vio pasar desde un balcón de su palacio de Santa María In Pórtico, donde vivía con Adriana de Milá, su antigua educadora, y la bella Julia, su dama de honor. El señor de Pésaro, hermoso jinete, la saludaba graciosamente con su gorra, y ella devolvía el saludo a este esposo visto por primera vez. Después de la ceremonia del matrimonio celebrábase un banquete en el Belvedere del Vaticano, al que asistían ciento cincuenta damas de la nobleza romana. los embajadores, los personajes más notables de la ciudad, once cardenales y numerosos obispos También estaba presente la señora Teodorina. hija de Inocencio VIII, y su hija, la marquesa de Gerase. Los hijos de los pontífices difuntos continuaban figurando honorablemente en la Corte de los papas herederos. Su situación era comparable a la de las familias de los ex presidentes de República, que siguen teniendo entrada libre en las fiestas de los presidentes sucesores si es que no existe una enemistad irreconciliable. Además, sentábase a la mesa toda la tribu de los Farnesios, escoltando a la bella Julia. Asistían así completas las dos familias del Papa, la antigua y la moderna, la procedente de la Vannoza y la de la Farnesina. Duró muchas horas este banquete nocturno, y fue seguido de representaciones cómicas y trágicas, de recitaciones poéticas y bailes lascivos, que excitaron la concupiscencia de los asistentes. —Este último espectáculo no resultaba extraordinario, dadas las costumbres de la época. Usted no ignora, Borja, que en todas las cortes de la Italia de entonces la alegría de vivir se preocupaba 160
poco de la moralidad. Lo Interesante era gozar, -fuese como fuese. Una de las diversiones finales, a las cuatro de la mañana, fue ofrecer a los esposos cincuenta copas de plata llenas de confites. Infesura, implacable enemigo de los Borgias, dice en su crónica que fue el mismo Papa quien ordenó que vertiesen los confites en los escotes de las hermosas invitadas. Y como todas las señoras tenían al lado cardenales o personajes laicos que no eran sus maridos, pues ya existía en aquellos tiempos el uso de separar a los esposos en los banquetes, cada Invitado se cuidó de extraer los bombones y almendras azucaradas del escote que tenían más cerca, dando lugar dicha diversión a «muchas risas e inmoderadas palpitaciones de senos». Varios embajadores que asistieron a la fiesta, y no hablaban de oídas como Infesura, dijeron en las cartas a sus soberanos que el banquete duró hasta el amanecer y se divirtieron mucho en él; pero sin mencionar nada especial que lo distinguiese de las otras fiestas de la época. En realidad, la unión de los dos cónyuges fue sólo aparente. El papa, cuidadoso de la salud de su hija dejó para más adelante la realización material del casamiento, o sea cuando se cumpliese el plazo convenido de un año, fecha en que Lucrecia iría a Pésaro, capital de las tierras de su marido. —Por su parte, Juan Sforza no tenía ninguna prisa en la consumación del matrimonio, según se vio más adelante. Fue al ir a Pésaro cuando Lucrecia empezó a quejarse de no estar servida por su esposo, como ella esperaba, pronunciándose finalmente el divorcio, después de probar que la joven Borgia continuaba virgen Sforza se vio acusado, por unos de impotencia y por otros de inversión sexual, luego de negarse a realizar la prueba de su virilidad, exigida por los jueces. Asi empezó su vida matrimonial la famosa Lucrecia Borgia, descrita por los enemigos de su estirpe como un monstruo nunca visto desde los tiempos de Mesallna, y calumniada por las invenciones de su primer marido, deseoso de vengar de tal modo un divorcio que le afrentaba como hombre. 161
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fue ofrecer a los esposos cincuenta copas de plata llenas de<br />
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crónica que fue el mismo Papa quien ordenó que vertiesen los<br />
confites en los escotes de las hermosas invitadas. Y <strong>com</strong>o todas<br />
las señoras tenían al lado cardenales o personajes laicos que no<br />
eran sus maridos, pues ya existía en aquellos tiempos el uso de<br />
separar a los esposos en los banquetes, cada Invitado se cuidó de<br />
extraer los bombones y almendras azucaradas del escote que<br />
tenían más cerca, dando lugar dicha diversión a «muchas risas e<br />
inmoderadas palpitaciones de senos».<br />
Varios embajadores que asistieron a la fiesta, y no hablaban<br />
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En realidad, la unión de los dos cónyuges fue sólo aparente. El<br />
papa, cuidadoso de la salud de su hija dejó para más adelante la<br />
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por su esposo, <strong>com</strong>o ella esperaba, pronunciándose finalmente el<br />
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virgen Sforza se vio acusado, por unos de impotencia y por otros<br />
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descrita por los enemigos de su estirpe <strong>com</strong>o un monstruo nunca<br />
visto desde los tiempos de Mesallna, y calumniada por las<br />
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