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13.07.2013 Views

el Vaticano, sus dependencias y propiedades. La marcha a Roma en tiempo de Calixto Tercero resultada insignificante en comparación con la que inició el triunfo de Alejandro Sexto. Era éste liberal y dadivoso por naturaleza, y aunque había pasado casi toda su vida en Italia y tenía en ella sus mejores amigos, le gustaba verse rodeado de españoles hablándoles en el idioma natal. Los empleos más íntimos de su servicio dábalos a gentes de Valencia, con las que podía expresarse en valenciano, lengua familiar de los Borgias. . A estas causas, que perturbaron los buenos propósitos del Pontífice impulsándole a vivir poco más o menos como sus antecesores, vino a unirse otra de mayor escándalo, un amor tardío, una pasión senil, que divirtió al principio a las gentes de Roma y luego a toda Italia. Sus relaciones con la Vannoza no eran ya más que un lejano recuerdo, atestiguado por la existencia de cuatro hijos: Juan, César, Lucrecia y Jofre. Estos amoríos con la buena moza del Transtevere habían empezado al regreso de su legación en España. Cuando el cardenal Borja tenía cincuenta y dos años, ella contaba ya cuarenta, no inspirando ningún deseo al poderoso personaje. Además, esta romana, no menos fecunda que ardiente, al abandonarla el cardenal, tomó un segundo marido, letrado intrigante, sin ningún escrúpulo sobre el pasado de su mujer. Después de tal separación, Rodrigo de Borja había vivido mucho tiempo sin dar ningún escándalo público mientras algunos de sus compañeros del Sacro Colegio jugaban desenfrenadamente o mantenían con ostentación a sus amantes. Sólo parecían preocuparle los cuatro hijos de la Vannoza, atendiendo a su porvenir. Los habla alejado de la casa de su madre por juzgar que esta transteverina guapetona, apasionada, de buenos sentimientos, pero ignorante y vulgar en sus gustos, no podía ser una buena educadora. Figuraba entonces en la aristocracia romana una sobrina suya, Adriana de Milá y Borja, nieta de Catalina de Borja, la segunda hermana de Calixto III. 148

—Sabe usted que las hermanas del primer Papa Borja, apodadas en Valencia las Bisbesas (las Obispas) cuando Alfonso de Borja no era más que obispo de aquella ciudad, se preocuparon de casar a sus hijas con caballeros de la más alta nobleza valenciana. Las Obispas hasta habitaban el palacio episcopal de Valencia, por estar ausente su hermano, recibiendo en sus salones a los novios de sus niñas. Esto lo hicieron tres de las hermanas, pues la menor de ellas, doña Francisca, quedó soltera, muriendo en olor de santidad. Fue una precursora de San Francisco de Borja, en esta familia de individualidades enérgicas, donde todos se mostraron extremados, llegando a ser santos o grandes pecadores. Doña Catalina, hermana mayor de doña Isabel, la madre de Rodrigo, contrajo matrimonio con un noble caballero de Játiva, don Juan de Milá, y nieta suya era esta doña Adriana, que pasó a Roma como descendiente de un Papa y sobrina del famoso cardenal Vicecanciller, llegando a casarse con Luis Orsini, dueño del lugar de Basanello. Dicha señora había quedado viuda con un solo hijo, y era muy dada a la vida elegante, ostentando vanidosamente su doble calidad de Borgia y de Orsini. Para el Vicecanciller representaba una buena suerte tenerla a mano, y le confió la educación de sus cuatro hijos en el palacio que ella poseía en Roma, cerca de Monte Giordano. Adriana de Milá, con todas sus pretensiones aristocráticas, era pobre y vivía obediente a lo que le mandase su tío, cada vez más poderoso. —Hay que reconocer su obra de preceptora—siguió diciendo don Manuel—. Los cuatro hijos de la populachera Vannoza, bajo la educación de esta Orsini valenciana, adquirieron todos los conocimientos escogidos que podían obtener en aquella época los primogénitos de los príncipes. Debió de ser hembra enérgica y algo dura en sus lecciones. Lo prueba el hecho de que los hijos del Papa, cuando fueron personajes célebres, aunque no dejaron de tratar a su prima y maestra, mostraban siempre hacia ella 149

el Vaticano, sus dependencias y propiedades. La marcha a Roma<br />

en tiempo de Calixto Tercero resultada insignificante en<br />

<strong>com</strong>paración con la que inició el triunfo de Alejandro Sexto.<br />

Era éste liberal y dadivoso por naturaleza, y aunque había<br />

pasado casi toda su vida en Italia y tenía en ella sus mejores<br />

amigos, le gustaba verse rodeado de españoles hablándoles en el<br />

idioma natal. Los empleos más íntimos de su servicio dábalos a<br />

gentes de Valencia, con las que podía expresarse en valenciano,<br />

lengua familiar de los Borgias. .<br />

A estas causas, que perturbaron los buenos propósitos del<br />

Pontífice impulsándole a vivir poco más o menos <strong>com</strong>o sus<br />

antecesores, vino a unirse otra de mayor escándalo, un amor<br />

tardío, una pasión senil, que divirtió al principio a las gentes de<br />

Roma y luego a toda Italia.<br />

Sus relaciones con la Vannoza no eran ya más que un lejano<br />

recuerdo, atestiguado por la existencia de cuatro hijos: Juan,<br />

César, Lucrecia y Jofre. Estos amoríos con la buena moza del<br />

Transtevere habían empezado al regreso de su legación en<br />

España. Cuando el cardenal Borja tenía cincuenta y dos años, ella<br />

contaba ya cuarenta, no inspirando ningún deseo al poderoso<br />

personaje. Además, esta romana, no menos fecunda que ardiente,<br />

al abandonarla el cardenal, tomó un segundo marido, letrado<br />

intrigante, sin ningún escrúpulo sobre el pasado de su mujer.<br />

Después de tal separación, Rodrigo de Borja había vivido<br />

mucho tiempo sin dar ningún escándalo público mientras algunos<br />

de sus <strong>com</strong>pañeros del Sacro Colegio jugaban desenfrenadamente<br />

o mantenían con ostentación a sus amantes. Sólo parecían<br />

preocuparle los cuatro hijos de la Vannoza, atendiendo a su<br />

porvenir. Los habla alejado de la casa de su madre por juzgar que<br />

esta transteverina guapetona, apasionada, de buenos sentimientos,<br />

pero ignorante y vulgar en sus gustos, no podía ser una buena<br />

educadora.<br />

Figuraba entonces en la aristocracia romana una sobrina suya,<br />

Adriana de Milá y Borja, nieta de Catalina de Borja, la segunda<br />

hermana de Calixto III.<br />

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