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- -Esta apoteosis espontánea—siguió diciendo Enciso—, no<br />

obtenida por ninguno de los pontífices anteriores, contrastó con<br />

los inauditos insultos y las inverosímiles calumnias de que iba a<br />

ser objeto Alejandro, algunos años después, por parte del mismo<br />

pueblo romano y de los poetas que ahora lo ensalzaban hasta la<br />

adulación.<br />

El resto de Italia se unía al entusiasmo de Roma. En Milán y<br />

Florencia hubo grandes regocijos públicos para celebrar el<br />

advenimiento del Papa español. Pudo influir en Milán el hecho de<br />

ser el cardenal Ascanio Sforza pariente del soberano milanos y<br />

gran amigo del nuevo Pontífice; pero Florencia se asoció<br />

Igualmente a dicho homenaje, y hasta en la República de Génova,<br />

patria de su enemigo Rovere, todos los que no eran partidarios de<br />

la mencionada familia recordaron con gratitud a Calixto III,<br />

saludando la elección de su sobrino. En Alemania afirmaban los<br />

cronistas que «el mundo tenia mucho que esperar de las virtudes<br />

del nuevo Pontífice», y el regente de Suecia le envió embajadores<br />

con un regalo de caballos magníficos y preciosas pieles.<br />

Durante los primeros tiempos de su gobierno fue justificando<br />

las esperanzas que su elección había hecho sentir a la mayoría de<br />

sus contemporáneos. Impuso ante todo el orden en Roma, para<br />

que sus habitantes pudiesen vivir tranquilamente.<br />

Sólo en los pocos días transcurridos entre la última<br />

enfermedad de Inocencio VIII y la coronación de Alejandro VI se<br />

habían perpetrado en Roma doscientos veinte asesinatos. Por<br />

voluntad del Pontífice, cuatro delegados suyos oyeron las quejas<br />

de los vecinos, y el mismo Alejandro concedió audiencia a los<br />

que deseaban presentarle sus reclamaciones directamente.<br />

Para ordenar la hacienda de la Iglesia dio ejemplos de<br />

economía, dedicando a los gastos de su casa, todos los meses,<br />

setecientos ducados nada más (unos tres mil quinientos francos).<br />

Su mesa era de tal simplicidad, que los cardenales,<br />

acostumbrados a suntuosos banquetes, consideraban una<br />

desgracia recibir convites del Pontífice, especialmente su amigo<br />

Ascanio Sforza. El cardenal Juan de Borja, sobrino del Papa, y su<br />

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