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ediles, juntos con los ciudadanos más distinguidos de la ciudad,<br />

en número de ochocientos, se dirigieron a caballo y con antorchas<br />

a la residencia papal, para prestar homenaje al nuevo Pontífice.<br />

En las calles llameaban alegres fogatas. El pueblo daba gritos<br />

aclamando al antiguo cardenal de Valencia.<br />

Su coronación, el 26 de agosto, resultó una ceremonia<br />

extraordinaria por su fastuosidad. Los embajadores escribían a<br />

sus cortes que «nunca se había visto una coronación tan<br />

esplendorosa». Toda la nobleza de los estados pontificios acudía<br />

a Roma. Las calles ostentaron ricos tapices, guirnaldas de flores,<br />

arcos de triunfo con poesías laudatorias para Alejandro VI,<br />

escritas en el estilo pagano, de moda entonces. Tales eran el<br />

entusiasmo y la adulación inspirados por Borja, que en uno de los<br />

arcos figuraba este dístico:<br />

Un César hizo grande a Roma, y ahora la levanta Alejandro.<br />

osadamente, hasta el cénit. Hombre fue aquél; éste, un dios.<br />

Los cronistas expresaban con ingenuidad la admiración<br />

provocada en el pueblo por este Pontífice «grande de cuerpo,<br />

rebosando salud, de aspecto naturalmente majestuoso, montado<br />

en un corcel blanco <strong>com</strong>o la nieve, con aire de experto jinete, el<br />

rostro sereno, bendiciendo a la muchedumbre con nobleza.» Uno<br />

de ellos, Miguel Fernus, terminaba el relato de la gran fiesta con<br />

estas exclamaciones: « ¡Qué serenidad noble en su frente! ¡Qué<br />

liberalidad en su mirada! ¡Cómo la veneración que inspira se<br />

aumenta con el brillo y el equilibrio de una hermosura enérgica y<br />

con la salud floreciente de que goza!»<br />

Tardó la <strong>com</strong>itiva papal muchas horas en ir desde el Vaticano<br />

hasta Le-irán, a través de una multitud enardecida que luchaba<br />

con los guardias papales para poder tocar los pies del nuevo<br />

Pontífice o su caballo blanco.<br />

Como era en agosto, el ardor del sol y el polvo flotante en la<br />

atmósfera produjeron numerosos desmayos. El mismo Papa, a<br />

pesar de su recia <strong>com</strong>plexión, fue a<strong>com</strong>etido de un sincope al<br />

echar pie a, tierra frente a la basílica de Letrán y no volvió en si<br />

hasta que le rociaron el rostro con agua.<br />

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