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Magnánimo. Entre ricas tapicerías estaba servida la mesa, con letras góticas sobre el mantel hechas de flores, que repetían la leyenda del escudo episcopal de Borja: Ave María gratia plena. Ocho obispos pertenecientes a ambas comitivas sentábanse al banquete, con los dos poderosos magnates eclesiásticos y numerosos Invitados seglares. £1 lavatorio de las manos lo hacían en grandes bacines de plata dorada con el fondo de esmalte, poniéndose inmediatamente sobre la mesa varias copas llenas de jenjibre verde, planta aromática que se mezclaba, entonces en todas las salsas. Luego aparecían siete grandes platos con dos pavos cada uno rodeados de numerosas perdices siendo doradas las cabezas de aquellos animales y pendiendo de sus cuerpos cartelitos con el escudo de los Borjas. Desfilaban a continuación cuatro fuentes de plata, enormes como rodelas, llevadas cada una por cuatro hombres, en las que había, altísimos pastelones rellenos de ocas ánades, fúlicas, palomos, gallinas, terneras, cabritos y otras viandas. Todos estos manjares eran acogidos con músicas de los ministriles, que ocupaban, un tablado, y llevavan su escolta correspondiente de salsas. A continuación eran presentados dos soberbios platos, teniendo ambos el aspecto de una montaña cubierta de verdura, sobre cuya cúspide se erguía un pavo con todo su plumaje y la cabeza intacta, lanzando por su pico un chorro de agua perfumada. Y mientras los trinchantes cortaban la carne por debajo de las alas, los dos pavos seguían derramando sus fuentes de perfume. Luego venía la comida blanca, llamada así por ser de leche, huevos y gran abundancia de azúcar, terminándose el pantagruélico banquete con numerosas variedades de confites y conservas dulces. Duraban muchos días los festejos y mascaradas, y una vez más el cardenal Borja abandonaba a Valencia para irse a Castilla, siendo recibido en Madrid con gran pompa y bajo palio, al lado del rey don Enrique, apellidado el Impotente, que iba a su 122

izquierda. Se esforzaba el cardenal por inclinar al monarca a favor de la sucesión de su hermana, doña Isabel, contra las pretensiones de los partidarios de su hija única, apodada la Beltraneja, por creerla adulterina, ocasionándole todo esto grandes enemistades. Al fin conseguía que don Enrique hiciera las paces con su hermana y cuñado Fernando, y en julio de 1463 volvía de nuevo a Valencia, preparando su regreso a Roma. Esto fue en el mes de septiembre. Muchos valencianos de familia noble y otros dedicados a las Letras se dispusieron a seguir al cardenal. Tenían gran fe en su porvenir, repitiendo la tradicional marcha a Roma de los españoles en tiempos de Calixto III. Varios centenares de caballeros y estudiantes componían ahora el cortejo del legado. Todos se dirigieron al puerto tan alegres «que parecían iban a bodas», según expresión de un cronista contemporáneo. Los del nuevo cortejo y los del antiguo, llegado con el cardenal, se embarcaron en dos navíos venecianos, cuyos capitanes hacían pagar de un modo abusivo el precio del pasaje. Apenas salidos al mar, se desencadenó una de las horribles tempestades que agitan el Mediterráneo al Iniciarse el otoño, acompañándolos dicha tormenta en toda la travesía, que duró más de un mes, por haber tenido que refugiarse en varios puertos. El 10 de octubre, hallándose frente a Liorna, se recrudeció la tempestad, y asaltando las olas de través a una de las galeras la echaron a pique, desapareciendo instantáneamente. La otra nave, rota la quilla y descuadernada, pudo aproximarse a. tierra, salvándose el cardenal Borja con algunos señores de su séquito. Al día siguiente aparecían en la playa más de doscientos cadáveres, entre ellos los de tres obispos italianos y otros personajes eme habían seguido al legado en su viaje a España. Setenta y cinco familiares de la servidumbre del cardenal se ahogaron Igualmente, y con ellos doce jurisconsultos, seis caballeros y gran número de jóvenes valencianos que iban a Roma por el gusto de vivir en ella o para estudiar en la 123

Magnánimo.<br />

Entre ricas tapicerías estaba servida la mesa, con letras<br />

góticas sobre el mantel hechas de flores, que repetían la leyenda<br />

del escudo episcopal de Borja: Ave María gratia plena. Ocho<br />

obispos pertenecientes a ambas <strong>com</strong>itivas sentábanse al banquete,<br />

con los dos poderosos magnates eclesiásticos y numerosos<br />

Invitados seglares.<br />

£1 lavatorio de las manos lo hacían en grandes bacines de<br />

plata dorada con el fondo de esmalte, poniéndose inmediatamente<br />

sobre la mesa varias copas llenas de jenjibre verde, planta<br />

aromática que se mezclaba, entonces en todas las salsas. Luego<br />

aparecían siete grandes platos con dos pavos cada uno rodeados<br />

de numerosas perdices siendo doradas las cabezas de aquellos<br />

animales y pendiendo de sus cuerpos cartelitos con el escudo de<br />

los Borjas. Desfilaban a continuación cuatro fuentes de plata,<br />

enormes <strong>com</strong>o rodelas, llevadas cada una por cuatro hombres, en<br />

las que había, altísimos pastelones rellenos de ocas ánades,<br />

fúlicas, palomos, gallinas, terneras, cabritos y otras viandas.<br />

Todos estos manjares eran acogidos con músicas de los<br />

ministriles, que ocupaban, un tablado, y llevavan su escolta<br />

correspondiente de salsas.<br />

A continuación eran presentados dos soberbios platos,<br />

teniendo ambos el aspecto de una montaña cubierta de verdura,<br />

sobre cuya cúspide se erguía un pavo con todo su plumaje y la<br />

cabeza intacta, lanzando por su pico un chorro de agua<br />

perfumada. Y mientras los trinchantes cortaban la carne por<br />

debajo de las alas, los dos pavos seguían derramando sus fuentes<br />

de perfume. Luego venía la <strong>com</strong>ida blanca, llamada así por ser de<br />

leche, huevos y gran abundancia de azúcar, terminándose el<br />

pantagruélico banquete con numerosas variedades de confites y<br />

conservas dulces.<br />

Duraban muchos días los festejos y mascaradas, y una vez<br />

más el cardenal Borja abandonaba a Valencia para irse a Castilla,<br />

siendo recibido en Madrid con gran pompa y bajo palio, al lado<br />

del rey don Enrique, apellidado el Impotente, que iba a su<br />

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