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parientes en tercer grado de consanguinidad, habían visto negada<br />

por el Papa Paulo II la dispensa necesaria para su casamiento. SI<br />

Pontífice obedecía a las sugestiones de los reyes de Castilla y de<br />

Portugal, opuestos a la mencionada unión. Pero el entonces<br />

arzobispo de Toledo, don Alfonso Carrillo de Acuña, hombre<br />

enérgico, de pocos escrúpulos en las cosas eclesiásticas, por<br />

considerarlas <strong>com</strong>o propias, falsificó una dispensa del Papa, y el<br />

matrimonio pudo realizarse, fingiendo los Reyes Católicos no<br />

estar enterados de dicha irregularidad.<br />

Después, cuando Isabel la Católica mostró remordimientos,<br />

viéndose en estado de concubinaje, según las leyes de la Iglesia,<br />

el cardenal Rodrigo de Borja, que se había interesado por los dos,<br />

<strong>com</strong>o español, obtuvo una bula de Sixto IV, en la cual<br />

recriminaba el Pontífice a los contrayentes por haber ido a vivir<br />

Juntos sabiendo que el casamiento era nulo; pero de todos modos<br />

<strong>com</strong>isionaba al arzobispo de Toledo para que lo revalidase.<br />

Esta dispensa, en realidad, no era gratuita. Sixto IV esperaba<br />

que, a cambio de ella, don Fernando, rey de Sicilia y heredero de<br />

la corona de Aragón, diese barcos y hombres para la cruzada<br />

contra los turcos.<br />

Luego de pasar varios meses en Cataluña volvió a Valencia el<br />

legado para avistarse con don Pedro de Mendoza. Este era<br />

entonces obispo de Sigüenza nada más, y Borja le traía el capelo<br />

cardenalicio. En adelante fue el famoso cardenal Mendoza, que<br />

llegó a ministro universal, llamándole muchos por su influencia<br />

el tercer rey de España.<br />

Viajaba don Pedro de Mendoza con más aparato que los<br />

monarcas siendo su lujo tan grande <strong>com</strong>o el de los demás<br />

fastuosos cardenales. Entró en Valencia precedido de una música<br />

de negros a caballo, entre muchos señores castellanos, que<br />

llevaban sobre sus pechos pesadas cadenas de oro, y seguido de<br />

una escolta de doscientos jinetes y una tropa no menor de<br />

halconeros y monteros. Como Borja conocía la esplendidez del<br />

prelado de Castilla, le obsequió con un banquete, que hizo<br />

recordar a los cronistas de Valencia el lujo de Alfonso el<br />

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