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intereses de soberano de Rímini. Adivinando la debilidad de este Pontífice imbele, quiso despojarlo de una parte de las tierras de la Iglesia; mas el antiguo escritor acabó por aceptar la lucha venciéndolo para siempre. La impiedad de Malatesta dio a esta guerra el carácter de una pequeña cruzada. El señor de Rímini había matado a muchos clérigos y frailes Además, colocaba dioses paganos en los templos y una noche de orgía había ordenado que echasen tinta en todas las pilas de agua bendita de la iglesia de su capital para que al día siguiente los devotos se viesen, durante la misa, con las caras tiznadas. Reproducíase bajo el Pontificado de Pío II el nepotismo de Calixto III y la Invasión de sus conterráneos. Miles de habitantes de Siena corrían a Roma para obtener empleos de su compatriota, a semejanza de los catalanes durante el reinado del primer Borgia. Todos los que se llamaban Piccolomini exigían ricas prebendas sin alegar otro mérito que su apellido. Varios sobrinos del Papa ocupaban los primeros cargos laicos de la Iglesia. Repetíase una vez mas lo ocurrido bajo los pontificados anteriores, y que lo mismo volvería a suceder en los siguientes. Protestaba ahora el pueblo de Roma contra los sieneses herederos de su antiguo odio contra los catalanes. Mientras tanto Pío II saboreaba la vanidad de haber vencido a Malatesta, terror de príncipes y papas, Instalándose, siempre que le era posible, en los montes Albanos, entre ruinas de la antigüedad, frente a los lagos Albani y Memi, cuyas orillas estaban cubiertas entonces de frondosos bosques. El antiguo humanista esperaba encontrar en dichas espesuras dioses o ninfas y toda gruta lacustre le parecía el refugio de Diana. Seis años duró su Pontificado, resultando un fracaso la cruzada organizada por él contra los turcos, a imitación de la del primer Borgia. El viejo y entusiasta español Juan de Carvajal, el de la batalla de los tres Juanes, dirigía esta nueva cruzada, cuyo punto de reunión fue Ancona. Casi todos los cruzados, españoles y franceses, mientras 110
llegaban las naves que debían llevarlos a Oriente, se mataban entre ellos en continuas pendencias. No encontrando el Pontífice buques ni dinero, moría en Ancona, viendo con tristeza, desde una ventana de su dormitorio, las pocas naves que había conseguido reunir y la muchedumbre sin orden y sin armas, que nunca llegaría a formar un verdadero ejército. Al recibirse en Roma la noticia de su muerte, se reprodujeron los mismos desórdenes que al desaparecer su antecesor. El populacho dio el grito de «¡Mueran los sieneses!», matando a cuantos encontraba en las calles. Antonio Piccolomini, duque de Amalfi, sobrino favorito de Pío II, poseía el castillo de Sant' Angelo, como Pedro Luis de Borja en el Pontificado de Calixto III. Cuando se reunió el conclave unos hablaron de hacer Papa al infatigable y virtuoso Carvajal; otros defendieron al anciano Torquemada, también español, de costumbres austeras, tenido por el primer teólogo de su tiempo. Pero los dos candidatos, a causa de su nacionalidad, se veían desechados. Además, Rodrigo de Borja, agitador incansable y teniendo a su disposición un grupo adicto de electores, procuraba nombrar Papa a un amigo suyo. El cardenal Pedro Barbo, rico y noble veneciano, muy afecto a los Borgias, había arrostrado las iras de los enemigos de dicha familia cuando facilitó en compañía de Rodrigo la fuga del hermano de éste. Tal interés tenía el cardenal Borja en el triunfo de su compañero Barbo, que se hizo llevar al Vaticano, gravemente enfermo de fiebre, con la cabeza cubierta de trapos y vendas. Otros cardenales se quedaron en cama a causa de la peste reinante, evitándose con ello las privaciones y el encierro del conclave, y Rodrigo de Borja se aprovechó de tales ausencias para hacer triunfar la candidatura de su amigo. Barbo, que era de hermoso aspecto, quiso tomar como Pontífice el nombre de Formoso; pero los cardenales opusieron objeciones, por miedo a los comentarlos del pueblo. Tampoco permitieron que se llamase Marcos, por ser San Marcos el grito de guerra de sus compatriotas los 111
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Adivinando la debilidad de este Pontífice imbele, quiso<br />
despojarlo de una parte de las tierras de la Iglesia; mas el antiguo<br />
escritor acabó por aceptar la lucha venciéndolo para siempre.<br />
La impiedad de Malatesta dio a esta guerra el carácter de una<br />
pequeña cruzada. El señor de Rímini había matado a muchos<br />
clérigos y frailes Además, colocaba dioses paganos en los<br />
templos y una noche de orgía había ordenado que echasen tinta<br />
en todas las pilas de agua bendita de la iglesia de su capital para<br />
que al día siguiente los devotos se viesen, durante la misa, con las<br />
caras tiznadas.<br />
Reproducíase bajo el Pontificado de Pío II el nepotismo de<br />
Calixto III y la Invasión de sus conterráneos. Miles de habitantes<br />
de Siena corrían a Roma para obtener empleos de su <strong>com</strong>patriota,<br />
a semejanza de los catalanes durante el reinado del primer<br />
Borgia. Todos los que se llamaban Piccolomini exigían ricas<br />
prebendas sin alegar otro mérito que su apellido. Varios sobrinos<br />
del Papa ocupaban los primeros cargos laicos de la Iglesia.<br />
Repetíase una vez mas lo ocurrido bajo los pontificados<br />
anteriores, y que lo mismo volvería a suceder en los siguientes.<br />
Protestaba ahora el pueblo de Roma contra los sieneses<br />
herederos de su antiguo odio contra los catalanes. Mientras tanto<br />
Pío II saboreaba la vanidad de haber vencido a Malatesta, terror<br />
de príncipes y papas, Instalándose, siempre que le era posible, en<br />
los montes Albanos, entre ruinas de la antigüedad, frente a los<br />
lagos Albani y Memi, cuyas orillas estaban cubiertas entonces de<br />
frondosos bosques. El antiguo humanista esperaba encontrar en<br />
dichas espesuras dioses o ninfas y toda gruta lacustre le parecía el<br />
refugio de Diana.<br />
Seis años duró su Pontificado, resultando un fracaso la<br />
cruzada organizada por él contra los turcos, a imitación de la del<br />
primer Borgia. El viejo y entusiasta español Juan de Carvajal, el<br />
de la batalla de los tres Juanes, dirigía esta nueva cruzada, cuyo<br />
punto de reunión fue Ancona.<br />
Casi todos los cruzados, españoles y franceses, mientras<br />
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