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marfil, con la rubia cabellera semejante a los rayos del sol,<br />

conservada durante mil quinientos años por un liquido misterioso<br />

que llenaba su tumba.<br />

Corrían las gentes a admirarla dándole en seguida un nombre.<br />

Era la hija de Cicerón. No podía ser otra. Cicerón presidía el<br />

Renacimiento, <strong>com</strong>o el mago Virgilio la Edad Media.<br />

Repartíase entre los poderosos el bálsamo protector de la hija<br />

de Cicerón para usos medicinales, y el cadáver de quince siglos,<br />

bello <strong>com</strong>o la antigüedad clásica, se disgregaba a las cuarenta y<br />

ocho horas bajo la acción del aire y la luz, falto de su envoltura<br />

líquida. La blanca Venus había vuelto a la Tierra.<br />

Veíase el cristianismo invadido por el paganismo. Los altos<br />

dignatarios de la Iglesia, bajo el Influjo de los humanistas, eran<br />

loa primeros en realzar la mezcla de las dos religiones, queriendo<br />

mostrarse así hombres de su tiempo con refinados gustos<br />

literarios.<br />

Dios recibía el nombre de Júpiter, y el Cielo, el de Olimpo.<br />

Los santos eran llamados dioses; los ángeles, genios. Cristo, el<br />

sublime héroe, y María, resplandeciente ninfa. Las monjas se<br />

veían designadas con el nombre de vestales; los cardenales eran<br />

senadores; el infierno, el Tártaro, y Santo Tomás de Aquino, el<br />

apóstol de la Cristiandad. Y tal mezcolanza paganocristiana que<br />

iba expresando las cosas del catolicismo con un lenguaje<br />

gentílico, conseguía Implantarse en los pulpitos y las altas<br />

asambleas de la Iglesia, hablando los predicadores en la basílíca<br />

de San Pedro de María, madre de los dioses; de Cristo, dios del<br />

trueno; viéndose además, <strong>com</strong>parados los pontífices por sus<br />

aduladores, en italiano o en latín, con César o Augusto,<br />

Aristóteles o Platón, Cicerón o Virgilio.<br />

Este amor a la antigüedad no había extinguido las<br />

supersticiones, siendo la astrología la más saliente de todas ellas.<br />

Hasta los pontífices creían en la influencia de los astros sobre los<br />

destinos del hombre, consultando a los versados en dicho estudio.<br />

Únicamente Pío II, el escritor, y Alejandro VI, el segundo<br />

Papa Borgia, mantuviéronse al margen de tales engaños.<br />

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