Setmana San

SETMANA SANTA SAGUNTINA 2012
Te podría hablar de mis compañeros de mayoralía pero son dieciocho
y haría demasiado larga esta carta, de modo que utilizaré dos palabras
para definir lo que representan: equipo y amistad. Con un excepcional
clavario a la cabeza formamos un equipo eficiente, ordenado y unido por
una sincera amistad. Amigos, los de toda la vida, incluso con algunos de
ellos he compartido el privilegio de ser arreglador de la procesión; otros,
los amigos a los que nos unimos para formar la mayoralía y... por supuesto,
mi hermano.
Juntos hemos vivido infinidad de situaciones y experiencias, unas
maravillosas y alguna otra no tanto, pero vivencias al fin y al cabo que le
dan cuerpo y sentido a la palabra Mayoralía.
Aunque sobre el papel los protagonistas de la Semana Santa somos
hombres, estas celebraciones no serían en absoluto posibles sin la participación
de nuestras mujeres, madres, hermanas y cuñadas. Tengo que
decirte que mi madre ha tomado un protagonismo inesperado con la elaboración
del pañuelo que portará la Soledad y el faldón que vestirá el paso
de la Entrada de Jesús en Jerusalén. Siempre he pensado que mi vesta,
bueno y la de mi hermano, eran las mejor confeccionadas de toda la procesión:
es lo que tiene tener a la modista en casa. Muchos de los recuerdos
de mi infancia fueron aderezados con hilo de coser, agujas y retales,
y tuvieron como música de fondo el traqueteo de la máquina de coser y a
Elena Francis en la radio.
De Eva, mi mujer, mi compañera, mi amiga, te contaría y no sabría
cómo acabar. El apoyo que me presta, su comprensión y paciencia sin
límite, la ilusión con la que espera la llegada de la Semana Santa, hacen
que me sienta realmente privilegiado. Y si de ilusión se trata, la que derrochan
mi hermana y mis cuñadas con la llegada de estos días.
Existe en mi vida una persona muy especial, se llama Jorge y es mi
hijo, y –al igual que sus primos Eugenio y Jaume– cofrade, y algún día mayoral
o quién sabe si clavario. Jorge me ha dado la oportunidad de hacer
con él cosas que tú y yo no pudimos hacer. Le ayudo a colocarse el rosario,
le enciendo el hacha y le cuento cómo llevarla para que se consuma
más despacio, le recuerdo que guarde la distancia para no llenar de cera la
cola del cofrade que va delante... A veces, cuando llego a la Ermita al final
de la procesión, lo encuentro junto a sus amigos cofrades, con la caperulla
descolocada, utilizando el hacha –o lo que queda de ella– como sable,
100 A mi padre