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Giobany Arévalo > Gabriela Torres Olivares >Anuar Jalife - Literal

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Una infancia sin cómics,<br />

una adolescencia sin pornografía<br />

Antonio José Ponte<br />

La Havana © Smurfi e<br />

Se estaba entonces ante un cómic como ante<br />

un fragmento de poesía arcaica. “En Tasos nos<br />

reunimos la hez de Grecia”, reza la única línea<br />

llegada hasta hoy de un poema de Arquíloco.<br />

Uno podía preguntarse qué clase de<br />

pandilla se había reunido en Tasos. Compuesta,<br />

seguramente, de mercenarios, como<br />

aquellos que aparecían en otros versos suyos,<br />

mercenarios como el propio Arquíloco.<br />

¿Qué planeaba, reunida allí, la basura de<br />

Grecia? El resto de esa historia se encuentra<br />

perdida. Del poema, desguazado por el<br />

tiempo, queda un único verso, la noticia de<br />

esa concentración en Tasos. De igual modo,<br />

yo leía unos cómics desguazados, en los que<br />

faltaban las páginas fi nales o el inicio. Unos<br />

muñequitos (así llaman en Cuba a los cómics)<br />

llegados de otra época, manoseados hasta el<br />

desteñimiento, sumamente codiciados dentro<br />

de las colecciones de ídolos y tarecos de<br />

varios de mis condiscípulos.<br />

Un trozo de cerámica ha hecho posible<br />

que conozcamos determinado verso, un<br />

poema ha llegado entre el papiro que arropaba<br />

a una momia. Las aventuras dibujadas<br />

de las que hablo se salvaron de envolver un<br />

pescado o de abultar la puntera de zapatos<br />

empapados por la lluvia. Habían sido desgajadas<br />

del periódico, guardadas para otros<br />

días. El crucigrama, reservado también en<br />

tanto el diario se echaba a la basura, duraría<br />

lo que durara su enigma. Los muñequitos, en<br />

cambio, eran la única sección que aspiraba a<br />

ser eterna.<br />

Comenzaban mediado un intercambio,<br />

de un puñetazo, en la explosión de una onomatopeya:<br />

no llegaban enteros muchas veces.<br />

Su fi nal podía ser aún menos conclusivo<br />

que el que le hubiese otorgado el dibujante.<br />

La aventura no empezaba ni terminaba, era.<br />

Y, por supuesto, lo fragmentario despertaba<br />

hipótesis. Porque, unas páginas antes o des-<br />

pués, en algún recuadro perdido, constaba<br />

la verdadera identidad del enmascarado. El<br />

cómic (al menos en los ejemplos que alcancé)<br />

era el reino de la máscara. Lo mismo que<br />

el carnaval, las ceremonias tribales, el teatro<br />

japonés, la lucha mexicana.<br />

Tuvo que ser grande la desesperación<br />

ante el rostro escamoteado del héroe, ante<br />

su genealogía desaparecida. Aunque, mejor<br />

mirado, recordado mejor, sobraban las explicaciones.<br />

Allí estaba, sin más, el héroe en sus<br />

peripecias. Actuaban su vileza los monstruos<br />

a quienes él combatía, y quizás habríamos<br />

tenido sufi ciente con tan sólo un relámpago,<br />

con un puñado de letras como rayos, con<br />

las nubes del desplome y de la destrucción.<br />

Nos habríamos conformado (hablo por unas<br />

cuantas cabezas apiñadas) con aquella meteorología<br />

desprendida de los héroes: rayo,<br />

nubes, relámpago. Bastaba una noticia de<br />

aquel clima heroico y, ahora que intento recordar<br />

episodio o empresa que me tuviese<br />

en vilo, lo que recuerdo de aquellos papeles<br />

podría resumirse en un emblema encuadrado<br />

por Roy Lichtenstein, en una onomatopeya<br />

zigzagueante. Los muñequitos de una<br />

infancia sin cómics parecen recordarse tan<br />

puntualmente como se recuerda un tatuaje.<br />

Más que historia, había en ellos ímpetu.<br />

Faltaban detalles, y puede que éstos no se<br />

echaran de menos en el puro dinamismo. Incompletos,<br />

aquellos muñequitos resultaban<br />

entendidos bajo el efecto de un puñetazo<br />

que escapaba de un recuadro, en medio de<br />

la carrera de vértigo contra los malos. Lo que<br />

importaba de veras era la acción, no el montón<br />

de razones que empujaban a ella. Un<br />

solo ruego habríamos elevado al dios de los<br />

cómics perdidos: poder alcanzar el fi nal de<br />

la pelea. No tanto a lo que ésta desenlazara<br />

como al último aliento del enemigo, al crujido<br />

exhalado por su crisma aplastada.<br />

En la infancia sin cómics conseguí leer<br />

muñequitos fragmentarios, despreocupado<br />

OTOÑO, 2009 LITERAL. VOCES LATINOAMERICANAS 27

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