Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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dado. Para mí no ha de ser. Lo que yo necesito con urgencia, lo buscaré como pueda». -Aguárdate... hablemos otro poco. -Usted puede perder el tiempo, yo no... Es inútil... Si cierra la puerta me descolgaré por el balcón... Quédese con Dios... No intente seguirme... corro yo más que usted. Adiós. Y con la presteza que estas palabras indicaban salió de la casa, dejando a Hillo confuso y atribulado. Hubo de pasar un mediano rato antes que el buen clérigo pudiera sacar del desorden de su mente una idea clara y ver el derrotero más conveniente. «No me queda duda, va a la desesperación... Loco de amor y sin dinero, algo hará que nos dé mucho que sentir... ¿Iré tras él? ¿Pero quién le caza? No, no, Pedro Hillo... no te metas en cacerías peligrosas. Yo cumplo dando la voz de alarma, como me ordenan. Ha llegado el momento crítico, el momento del peligro supremo, que obliga a
emplear el recurso final, lo que los médicos llaman el remedio heroico. Me han mandado que avise cuando estalle la crisis de locura, y aviso... Pedro Hillo cumple siempre con su deber; es hombre que sabe rematar la suerte». Escribió una breve carta, y al punto salió para entregarla al Sr. Edipo, que en determinada calle estaba de servicio. Hecho esto, se fue al club de la casa de Tepa, donde había quedado pendiente de la noche anterior una furiosa disputa, cuyo desenlace quería conocer. Allá fue a parar también Calpena, sin más objeto que matar el tiempo hasta media noche, y ver a un amigo que le había ofrecido facilitarle algún dinero. Ya se comprende que este amigo no era poeta. Por obra y gracia de la armonía resultante entre la exaltación de su espíritu y la atmósfera jacobina que en Tepa reinaba aquella noche, Calpena se lanzó, sin proponérselo, a la oratoria furibunda, notas estridentes de rabia políti-
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dado. Para mí no ha de ser. Lo que yo necesito<br />
con urgencia, lo buscaré como pueda».<br />
-Aguárdate... hablemos otro poco.<br />
-Usted puede perder el tiempo, yo no... Es<br />
inútil... Si cierra la puerta me descolgaré por el<br />
balcón... Quédese con Dios... No intente seguirme...<br />
corro yo más que usted. Adiós.<br />
Y con la presteza que estas palabras indicaban<br />
salió de la casa, dejando a Hillo confuso y<br />
atribulado. Hubo de pasar un mediano rato<br />
antes que el buen clérigo pudiera sacar del<br />
desorden de su mente una idea clara y ver el<br />
derrotero más conveniente. «No me queda duda,<br />
va a la desesperación... Loco de amor y sin<br />
dinero, algo hará que nos dé mucho que sentir...<br />
¿Iré tras él? ¿Pero quién le caza? No, no,<br />
Pedro Hillo... no te metas en cacerías peligrosas.<br />
Yo cumplo dando la voz de alarma, como<br />
me ordenan. Ha llegado el momento crítico, el<br />
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