Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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dez; hízole repetir la proposición. Repetida por Hillo, este añadió hasta tres veces: «¿Te conviene el trato?». De súbito fue acometido Fernando de un frenesí nervioso; cayó en un sillón, mordiose los puños, contrajo todo su cuerpo, y clavando las uñas en el brazo del sillón, prorrumpió en gritos dolorosos: «No quiero... no quiero... Me ofrecen un nombre a cambio de la vida. No, no... No me hacen falta parientes; no necesito familia... Que se vayan, que me dejen. Solo viví, solo estoy... solo moriré... moriremos... ¡No quiero, no quiero!». Cogida en las convulsas manos la cabeza, como si quisiera arrancársela, no dijo una palabra más. D. Pedro no le veía el rostro. «Serénate -le dijo, tocando suavemente sus cabellos, cuyos rizos desordenados por entre los dedos salían-. Te doy tiempo para pensarlo.
La cosa es grave... no te precipites a resolver, así... airadamente». -¡Si está resuelto -dijo el desesperado joven, incorporándose-, si no puede ser!... ¡Si es como si me mataran!... Y francamente, no me dejo matar... no me conviene morir todavía. Y puesto en pie, cogió el sombrero con gallardo ademán, mostrando en acto tan sencillo la firmeza de su resolución. Las últimas palabras de aquella breve conferencia fueron: «Me equivoqué al pensar que usted podía darme... eso. Error grave fue pedirlo. ¡Qué bochorno!... ¡pedir lo que no es nuestro, lo que me darían, no por favorecerme, sino por comprarme! Dígale usted a quien sea, que no me vendo. El alma no se vende. ¿Por qué no la adquirió, en tiempos en que fácilmente pudo hacerlo? ¡Y ahora quiere quitármela, comprármela...! Aunque yo quisiera venderme, amigo Hillo, no podría... no me pertenezco... Y para concluir, guárdese usted su dinero, o devuélvalo a quien se lo ha
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así... airadamente».<br />
-¡Si está resuelto -dijo el desesperado joven,<br />
incorporándose-, si no puede ser!... ¡Si es como<br />
si me mataran!... Y francamente, no me dejo<br />
matar... no me conviene morir todavía.<br />
Y puesto en pie, cogió el sombrero con gallardo<br />
ademán, mostrando en acto tan sencillo<br />
la firmeza de su resolución. Las últimas palabras<br />
de aquella breve conferencia fueron: «Me<br />
equivoqué al pensar que usted podía darme...<br />
eso. Error grave fue pedirlo. ¡Qué bochorno!...<br />
¡pedir lo que no es nuestro, lo que me darían,<br />
no por favorecerme, sino por comprarme! Dígale<br />
usted a quien sea, que no me vendo. El alma<br />
no se vende. ¿Por qué no la adquirió, en tiempos<br />
en que fácilmente pudo hacerlo? ¡Y ahora<br />
quiere quitármela, comprármela...! Aunque yo<br />
quisiera venderme, amigo Hillo, no podría... no<br />
me pertenezco... Y para concluir, guárdese usted<br />
su dinero, o devuélvalo a quien se lo ha