Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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-No nos entendemos... Yo tengo órdenes que he de cumplir estrictamente. Para lanzarte sin freno a la perdición, necesitas oro. Es natural: sin dinero no se puede realizar el bien... ni el mal. Para el bien tendrás lo que quieras, Fernando: demuéstrame que quieres el bien, abandona tus locos devaneos, y partiendo los dos de Madrid esta misma noche... Calpena se levantó del asiento sin decir más que: «Guarde usted su dinero... Me voy». -Oye... no seas tan vivo de genio. No hago más que cumplir las órdenes que recibo... Muy dañado estás, hijo mío, cuando así me vuelves la espalda; a mí, que te quiero como a un hermano... No, no eres digno de esta hermosa fraternidad, ni tampoco, lo digo muy alto, ni tampoco eres digno de la piedad suprema, del cariño lejano, escondido, para que sea más bello, de la persona que...
Ahogado por la emoción, Hillo no pudo continuar, y se llevó ambas manos a los ojos... «Para que yo venere a esa persona como ella se merece sin duda -dijo Calpena en grave desconcierto-, es preciso que... se necesita que... Yo la adoraré si la conozco, lo primero... Encubierta, y oponiéndose a la felicidad de mi vida, no puedo, no puedo quererla». Hillo le cogió de una mano, no secas aún sus lágrimas, y en grave tono le dijo: «Te doy mi palabra de que si haces lo que dije... Renunciar radicalmente a ese devaneo, impropio de tu condición, y partir conmigo de Madrid esta misma noche sin ver a nadie... la deidad invisible dejará de serlo... así lo declara y promete en su última carta... Se nos revelará... pero es condición previa que tú... ya sabes...». El rostro de Calpena se volvió de mármol; sus manos quedáronse heladas; sus miradas perdieron toda luz. Miró al clérigo con estupi-
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se merece sin duda -dijo Calpena en grave desconcierto-,<br />
es preciso que... se necesita que... Yo<br />
la adoraré si la conozco, lo primero... Encubierta,<br />
y oponiéndose a la felicidad de mi vida, no<br />
puedo, no puedo quererla».<br />
Hillo le cogió de una mano, no secas aún sus<br />
lágrimas, y en grave tono le dijo: «Te doy mi<br />
palabra de que si haces lo que dije... Renunciar<br />
radicalmente a ese devaneo, impropio de tu<br />
condición, y partir conmigo de Madrid esta<br />
misma noche sin ver a nadie... la deidad invisible<br />
dejará de serlo... así lo declara y promete en<br />
su última carta... Se nos revelará... pero es condición<br />
previa que tú... ya sabes...».<br />
El rostro de Calpena se volvió de mármol;<br />
sus manos quedáronse heladas; sus miradas<br />
perdieron toda luz. Miró al clérigo con estupi-