Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun

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02.07.2013 Views

seis cabezas, yo se las cortaría todas... Nunca me tuve por héroe. Ahora lo seré, porque te amo. El amor me hace indómito; el amor me hace invulnerable. Si fuese preciso ir hasta el crimen, hasta el crimen iré... Ser tú mía, ser yo tuyo, es hablar con vaguedad: somos un solo ser... ¿No sientes un solo ser en nosotros? No estamos separados, sino divididos; cada mitad en diferente esclavitud. Pronto estará todo el ser integrado en la libertad. Pronto te fijaré el día y hora en que debe terminar esta doble agonía. Será sin bullicio, sin aparato; será la suma sencillez... No puedo más. Bendiga Dios el divino fieltro en que irá esta carta. Adiós». «De ella a él.-Poquito me faltó para besar el fieltro sublime cuando de él saqué la luz de mi vida. Pero no lo besé... No hice más que acariciarlo... Pronto, sí, mi bien, que sea pronto. Estoy alegre, porque tú me lo mandas. Jacoba despide de sus ojos un veneno verde, como el rayo de las esmeraldas. Pero ya no le tengo

miedo: confío en mi caballero, a quien amo, a quien pertenezco por toda esta vida fugaz y por la eterna...». En este tono se escribían siempre. Arrebatado el espíritu de Calpena a las altas cimas de la idealidad, no conocía freno. Tan profunda era su transformación, que hasta se olvidaba de cómo fue, y de lo que había sentido y pensado bajo la férula del buen D. Narciso Vidaurre. Aquella serenidad del alma, aquel justo medio en que blandamente se mecía su voluntad, ¿dónde estaba? ¿Dónde la placidez clásica, el amor de las reglas, el gusto de lo incoloro, del vivir cómodo y bien repartido en casillas metódicas? Todo aquel mundo blancucho y opalino se había resuelto en un orden de sentimientos y de ideas que le asemejaba al famoso héroe de Dumas, Antony. Como este, se había erigido en desheredado, y con los fueros de tal, en aborrecedor de toda la sociedad; como este, no vivía más que para un amor frenético, dispuesto a

miedo: confío en mi caballero, a quien amo, a<br />

quien pertenezco por toda esta vida fugaz y por<br />

la eterna...».<br />

En este tono se escribían siempre. Arrebatado<br />

el espíritu de Calpena a las altas cimas de la<br />

idealidad, no conocía freno. Tan profunda era<br />

su transformación, que hasta se olvidaba de<br />

cómo fue, y de lo que había sentido y pensado<br />

bajo la férula del buen D. Narciso Vidaurre.<br />

Aquella serenidad del alma, aquel justo medio<br />

en que blandamente se mecía su voluntad,<br />

¿dónde estaba? ¿Dónde la placidez clásica, el<br />

amor de las reglas, el gusto de lo incoloro, del<br />

vivir cómodo y bien repartido en casillas metódicas?<br />

Todo aquel mundo blancucho y opalino<br />

se había resuelto en un orden de sentimientos y<br />

de ideas que le asemejaba al famoso héroe de<br />

Dumas, Antony. Como este, se había erigido en<br />

desheredado, y con los fueros de tal, en aborrecedor<br />

de toda la sociedad; como este, no vivía<br />

más que para un amor frenético, dispuesto a

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