Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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historias en el camino le contaron de los bandidos que la infestaban, que tomó ascos al paso de Despeñaperros y se volvió para su casa, con idea de esperar a que saliese tropa para venir con ella. Tal contrariedad no tuvo poca parte en la prudencia que desplegó la Zahón después de su fracaso. Con Aura era toda sequedad y desabrimiento; no le permitía apartarse de su lado y de su vista; no creyendo bien guardada la casa con la fidelidad de Lopresti, se procuró dos cancerberos más: una tal Verónica, asistenta para centinela de día, y para vigilante nocturno, Severo Meca, dependiente de Maturana, hombre a prueba de sobornos, incorruptible, probado en veinte años de manejo de alhajas. Con tal guardia, y el examen y reparación que mandó hacer de todas las llaves, cerrojos y cerraduras, se creía libre de un atropello. Inopinadamente se presentó Hillo a comprar otra partida de aljófar, que regateó, poniéndose muy pesado, para encubrir con el negocio su
espionaje, y haciéndose mostrar el abanico, pidió precio, que la Zahón fijó en setecientos y cincuenta duros, ni un maravedí menos. No le fue difícil al presbítero llevar la conversación comercial al terreno doméstico, y se enteró de la situación, por referencia espontánea de la despechada Doña Jacoba. «No sabe usted bien - decía, poniendo los ojos en blanco- cuánto me agrada la resolución del caballero ese de las campanas, que por lo visto tiene tiempo sobrado para atender a todo. Él sabrá lo que hace. No estoy yo para cuidar niñas, y menos a esta diablesca dislocada, sin respeto a nadie, ni a mí misma. Mentira me parece que ha de venir su tío y ha de quitarme este cuidado, pues aunque tengo costumbre de guardar cosas de precio y de asegurarlas contra ladrones, no sé cómo se custodian estas joyas que andan y enredan, que discurren todo lo malo; joyas que es forzoso clavar en los estuches para que no se escapen de ellos... También le digo a usted, Sr. de Timoneda (con este falso nombre había ocultado
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pidió precio, que la Zahón fijó en setecientos y<br />
cincuenta duros, ni un maravedí menos. No le<br />
fue difícil al presbítero llevar la conversación<br />
comercial al terreno doméstico, y se enteró de<br />
la situación, por referencia espontánea de la<br />
despechada Doña Jacoba. «No sabe usted bien -<br />
decía, poniendo los ojos en blanco- cuánto me<br />
agrada la resolución del caballero ese de las campanas,<br />
que por lo visto tiene tiempo sobrado<br />
para atender a todo. Él sabrá lo que hace. No<br />
estoy yo para cuidar niñas, y menos a esta diablesca<br />
dislocada, sin respeto a nadie, ni a mí<br />
misma. Mentira me parece que ha de venir su<br />
tío y ha de quitarme este cuidado, pues aunque<br />
tengo costumbre de guardar cosas de precio y<br />
de asegurarlas contra ladrones, no sé cómo se<br />
custodian estas joyas que andan y enredan, que<br />
discurren todo lo malo; joyas que es forzoso<br />
clavar en los estuches para que no se escapen<br />
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(con este falso nombre había ocultado