Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun

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02.07.2013 Views

lente milagroso para ver las almas, para ver el pensamiento de los que nos hablan!». Y divagando siempre, encontrose frente al Ama, y le dijo: «Señora Ama, para que Vuestra Majestad se ahorre el pretexto de que no hago nada, voy a demostrar ahora que no quiero que la posteridad ignore quién ha sido Mendizábal... Todo lo paso, menos que los niños de las escuelas, dentro de cincuenta años, pregunten: «¿Quién fue ese Mendizábal?...». Buscó en la mesa un papel que le habían traído poco antes para que lo examinara, por si deseaba corregir algo en él, y no hallándolo tan fácilmente como creía, se impacientó. «...Es mucho cuento... ¡Si lo tuve en mi mano hace dos minutos...! ¡Ah, no me negará la señora Reina que está influida por el Embajador de Francia...! Menudean las cartas del hijo de Igualdad... ¡Francia, Francia! De allí ha venido siempre la perdición de nuestros Reyes borbónicos... ¡Francia...! ¿Pero dónde lo he puesto, Señor...?, y de los de acá, Martínez es

el inspirador de Vuestra Majestad. Reconozco realmente que Martínez es un hombre honrado... pero... padre del Estatuto, le molesta que mi personalidad anule su personalidad... Yo no he fabricado Estatutos, pero sé hacer países... yo no soy poeta; pero soy hacendista, y en este momento voy a cantar una oda, que no le cabe en la cabeza al Sr. Martínez... porque yo, Sr. Martínez, no sabré latín, pero sé... ¡Ah!, aquí está... ¿Pero dónde te habías metido, papel? ¿Quién te puso en este montoncito de las cartas de mujeres?...». Fijó su atención en el largo escrito, y leyó cuidadosamente, recreándose en cada párrafo, en cada palabra, en cada letra. El preámbulo era frío, despiadado, cruel. El artículo 1.º, semejante a una inmensa hoz, decía con aterrador laconismo: «Quedan suprimidos todos los Monasterios, Conventos, Colegios, Congregaciones y demás casas de Comunidad o de instituto religioso de varones, inclusas las de clérigos

el inspirador de Vuestra Majestad. Reconozco<br />

realmente que Martínez es un hombre honrado...<br />

pero... padre del Estatuto, le molesta que<br />

mi personalidad anule su personalidad... Yo no<br />

he fabricado Estatutos, pero sé hacer países...<br />

yo no soy poeta; pero soy hacendista, y en este<br />

momento voy a cantar una oda, que no le cabe<br />

en la cabeza al Sr. Martínez... porque yo, Sr.<br />

Martínez, no sabré latín, pero sé... ¡Ah!, aquí<br />

está... ¿Pero dónde te habías metido, papel?<br />

¿Quién te puso en este montoncito de las cartas<br />

de mujeres?...».<br />

Fijó su atención en el largo escrito, y leyó<br />

cuidadosamente, recreándose en cada párrafo,<br />

en cada palabra, en cada letra. El preámbulo<br />

era frío, despiadado, cruel. El artículo 1.º, semejante<br />

a una inmensa hoz, decía con aterrador<br />

laconismo: «Quedan suprimidos todos los Monasterios,<br />

Conventos, Colegios, Congregaciones<br />

y demás casas de Comunidad o de instituto<br />

religioso de varones, inclusas las de clérigos

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