Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun

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02.07.2013 Views

Rompió en lágrimas amargas, y Lopresti, en el colmo de la compasión, no acertaba a darle consuelo. «Sí, sí -dijo Aura bebiéndose su llanto-, mañana moriremos los dos... Lo hemos decidido y lo haremos... Cuando es imposible la vida juntos, el morir unidos es un bien, un gozo... Nuestras almas subirán abrazadas al cielo, y abrazadas estarán por toda la eternidad... Mañana, mañana mismo; ni un día más...». -¡Morirse, matarse... cosa fea! -exclamó el maltés con el más agudo registro de su voz mujeril-. Mala es esta vida; pero... ¿y si la otra es peor? Nadie ha vuelto para decirlo... Verdaderamente que hay vidas aquí tan arrastradas, que le dan a uno ganas de arrojárselas a la muerte... Pero usted, señorita Aura, y el Sr. D. Fernando, no están de muerte... todavía... ¡Pues si yo fuera él, si yo fuera usted, cualquier día me mataba! ¡Él tan guapo, usted tan hermosa...! ¡Ay, quién fuera ustedes!...

Y pasando de la compasión de sí mismo a la suprema piedad por los dos amantes, arrimó más su silla a la de Aurora, bajó la voz todo lo que permitía el estruendo de los ronquidos del ama, y dijo: «A la niña le pasan estas amarguras porque quiere. Cierto que Doña Jacoba no debe imperar en usted. Manda porque la dejan. La autoridad no la tiene ella, la tiene otro que está más arriba, mucho más arriba... En fin, mi Doña Aurorita saldría del despotismo de este coco si hiciera caso de mí... Usted no discurre, señorita; yo sí... Usted no tiene más que amor, amor y venga más amor, y yo calculo...». -¿Qué calculas tú?... ¿Piensas lo que a mí pueda interesarme? -preguntó Aurora tardando mucho en comprender la idea del maltés. -Ayer tarde, cuando usted se emperró a llorar, después de lo que la señora le dijo, yo, desde aquel rincón, le hacía a usted señas para que no se apurase... y tuviera calma y hablara con-

Y pasando de la compasión de sí mismo a la<br />

suprema piedad por los dos amantes, arrimó<br />

más su silla a la de Aurora, bajó la voz todo lo<br />

que permitía el estruendo de los ronquidos del<br />

ama, y dijo: «A la niña le pasan estas amarguras<br />

porque quiere. Cierto que Doña Jacoba no debe<br />

imperar en usted. Manda porque la dejan. La<br />

autoridad no la tiene ella, la tiene otro que está<br />

más arriba, mucho más arriba... En fin, mi Doña<br />

Aurorita saldría del despotismo de este coco si<br />

hiciera caso de mí... Usted no discurre, señorita;<br />

yo sí... Usted no tiene más que amor, amor y<br />

venga más amor, y yo calculo...».<br />

-¿Qué calculas tú?... ¿Piensas lo que a mí<br />

pueda interesarme? -preguntó Aurora tardando<br />

mucho en comprender la idea del maltés.<br />

-Ayer tarde, cuando usted se emperró a llorar,<br />

después de lo que la señora le dijo, yo, desde<br />

aquel rincón, le hacía a usted señas para que<br />

no se apurase... y tuviera calma y hablara con-

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