Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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atención en ellos. A las once y media comenzó el roncar suave de la Zahón, que luego fue en aumento, con notas aflautadas y acordes graves, que infundirían pavor a quien no estuviese acostumbrado a oírlos. Lopresti se adormiló un rato, al son de aquella tan conocida música; pero le despertó algo que no era ruido... un presentimiento no más, tal vez una idea. Dudó un momento si le engañaban sus ojos, o si era, en efecto, la propia persona de Aura aquella imagen que vela, avanzando cautelosa, deslizándose ante la pared del comedor como proyección de linterna mágica. La mesa interpuesta impedíale ver la mitad inferior de la figura... Traía una luz en la mano izquierda, y con la otra apretaba contra el pecho un objeto que no se distinguía fácilmente... ¡Vaya si era Aura! ¿Pues quién podía ser más que ella? «Esta madamita está loca o es sonámbula», pensó el maltés. Pero esta última presunción no se confirmó, porque la joven fijó en Lopresti su
ardiente mirada, y luego se fue hacia él indecisa, andando y deteniéndose por segundos. A medida que se acercaba, iba perdiendo aquel aspecto de Lady Macbeth con que se apareció a los encandilados ojos del fámulo. Dejó sobre la mesa la luz que traía, y miró espantada a la puerta por donde los furibundos ronquidos de la Zahón llegaban al comedor. Eran el propio ser de la diamantista manifiesto en el sonido. Lo primero que hizo Lopresti al tener a la señora al alcance de sus manos fue tratar de quitarle de la mano derecha un largo y afilado cuchillo que con ella vigorosamente empuñaba: era el cuchillo de la cocina. «Déjame, déjame, Cayetano... -dijo Aura con voz ahogada, defendiendo el arma con toda la fuerza que desplegar podía-. Esta noche la mato, la mato... Déjame». Al pronunciar el último déjame, ya Lopresti le había quitado el cuchillo. Aura se sentó, y
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Lo primero que hizo Lopresti al tener a la<br />
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Cayetano... -dijo Aura con voz ahogada, defendiendo<br />
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