Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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uscaba un pretexto, comúnmente literario, y hasta llegó a fingir que escribía un Florilegio de refranes, y que necesitaba compulsar textos muertos y vivos. Igualmente iba en busca de Miguel de los Santos; pero siempre con mala suerte: no se podía hacer carrera de aquel chico, dotado de excelsas cualidades, que desvirtuaba con su pereza. «Miguelito -le decía Hillo, que al poco tiempo de amistad ya le tuteaba-, tú vales mucho y no serás nunca nada». Acontecía no pocas veces que iba a buscarle a las nueve de la mañana y le encontraba en el primer sueño. Algunos días tomaba el desayuno a las cinco de la tarde. Con semejante vida, ¿qué había de hacer el hombre, ni de qué le valía su grande ingenio? No concluyó jamás nada de lo que empezaba. De sus propias obras se aburría, a fuerza de admirar las ajenas; amaba a sus amigos entrañablemente; de sí mismo no hacía ningún caso.
Lo que a Hillo mayormente le incomodaba era no encontrar en él eficaz ayuda para traer a Fernando al buen camino, y siempre que de esto le hablaba, salía el bueno de Miguelito con unas filosofías que dejaban helado al pobre D. Pedro. Quería este aplicar a todo los principios que establecen el gobierno de los individuos por la familia, y de la familia por el Estado, organizando una especie de colegio universal, y Álvarez profesaba un donoso fatalismo con profundas raíces en su mente. Sacaba de quicio al buen capellán el humorismo con que Miguel de los Santos trataba las cosas más graves; aquella pachorra, aquel mirar tierno con que afirmaba el imperio absoluto, soberano, de la fatalidad. Todo pasa como debe pasar, y es inútil y ridículo pretender desviar personas y cosas del camino que les imprime la escondida fuerza que todo lo gobierna. De esto resulta que no debemos tomar a pechos ningún humano incidente. Desgracia y ventura no son más que términos de relación, convencionalismos. Así
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Lo que a Hillo mayormente le incomodaba<br />
era no encontrar en él eficaz ayuda para traer a<br />
Fernando al buen camino, y siempre que de<br />
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Pedro. Quería este aplicar a todo los principios<br />
que establecen el gobierno de los individuos<br />
por la familia, y de la familia por el Estado,<br />
organizando una especie de colegio universal, y<br />
Álvarez profesaba un donoso fatalismo con<br />
profundas raíces en su mente. Sacaba de quicio<br />
al buen capellán el humorismo con que Miguel<br />
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aquella pachorra, aquel mirar tierno con que<br />
afirmaba el imperio absoluto, soberano, de la<br />
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fuerza que todo lo gobierna. De esto resulta que<br />
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