Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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Y deteniendo a un joven espigado, pulcro, bien afeitadito, vestido con esmero y elegancia, que de un cercano grupo se desprendía, le dijo: «Querido Juan, ven acá. ¿Qué te ha parecido el discurso de la divinidad?». -Verdadera divinidad tutelar es D. Agustín para ese buen señor. ¿Qué sería de Mendizábal sin esta defensa, sin este escudo, sin esta protección? -Sería lo que la yedra, cuando muere el tronco del olmo a que se agarra -dijo uno de los que se adherían a Iglesias-. A ver, Sr. D. Juan Donoso, usted que lo entiende, ¿qué opinión ha formado del discurso de Don Agustín? -Admirable como forma -declaró con aire de suficiencia el que llamaban Donoso, joven extremeño que iba para notabilidad literaria y política-, poco sólido como aparato dialéctico. Me recuerda la oración Pro lege manilia. Fáltale la primera condición de toda pieza oratoria, el
convencimiento. Se ve que no cree en la leyenda de este buen señor, ni en sus planes, ni ve nada dentro del artificio del voto de confianza. Le defiende porque no es decoroso despedirle cuando hace tan poco tiempo que nos le han traído con tanta parambomba. Para mí esto es claro. El generoso D. Agustín, empleando excesivamente la argumentación extra causam, ha sabido cubrir con la púrpura de su elocuencia esta olla vacía... Alejose llamado desde el cercano grupo, y dejó el puesto a otro de los amigos de Iglesias, al inquieto y vivaracho González, el cual, antes de que le preguntaran, se metió en el corrillo diciendo: «Caballeros, para mí, este buen D. Agustín chochea...». Prodújose después de esto un silencio repentino, porque apareció el propio Argüelles, viniendo del salón hacia la sala donde despachaban y recibían los Ministros (que era parte del refectorio del transformado convento; en la otra
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convencimiento. Se ve que no cree en la leyenda<br />
de este buen señor, ni en sus planes, ni ve<br />
nada dentro del artificio del voto de confianza. Le<br />
defiende porque no es decoroso despedirle<br />
cuando hace tan poco tiempo que nos le han<br />
traído con tanta parambomba. Para mí esto es<br />
claro. El generoso D. Agustín, empleando excesivamente<br />
la argumentación extra causam, ha<br />
sabido cubrir con la púrpura de su elocuencia<br />
esta olla vacía...<br />
Alejose llamado desde el cercano grupo, y<br />
dejó el puesto a otro de los amigos de Iglesias,<br />
al inquieto y vivaracho González, el cual, antes<br />
de que le preguntaran, se metió en el corrillo<br />
diciendo: «Caballeros, para mí, este buen D.<br />
Agustín chochea...».<br />
Prodújose después de esto un silencio repentino,<br />
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