Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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-Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno -dijo uno de los presentes, mozo espigadillo, de grandísimos ojos negros, que relampagueaban en su rostro expresivo, con una seriedad que por ser tan seria resultaba extraordinariamente burlona. -Eso mismo digo yo -indicó Hillo tímidamente-. Bueno, bueno, superior. -Mi queridísimo amigo Miguel Álvarez -dijo Iglesias, presentándole. Diéronse las manos, y D. Pedro se mostró muy afectuoso, pues aquel encuentro y presentación colmaban sus deseos, y se permitió decir al joven Álvarez que ya le conocía de nombre por sus galanas poesías, por sus artículos y discursos... «Discursos no -replicó el otro con gravedad socarrona-, porque todavía no los he pronunciado. Los tengo, sí, aquí en mi mente, y no los
cambio por los de Cicerón. Pero todavía están inéditos, Padre... Yo también tenía vivos deseos de conocerle a usted personalmente... que de fama ¿quién no le conoce? Mi amigo Fernando Calpena me ha hablado mucho de usted... Sé que es un profundo humanista, y que distrae sus ocios en la afición taurina... Yo soy amantísimo de los Toros». -Lo que tú eres, bien lo veo -dijo Hillo para su sotana-: un guasón de primera. Y siguieron charlando, mientras Iglesias, con hueca voz ponderativa, encomiaba el discurso pronunciado en la primera parte de la sesión por D. Agustín Argüelles, a quien se seguía llamando el Divino, si bien no aplicaban todos este lisonjero mote en sentido recto. «¡Señores, vaya un discurso el de Don Agustín! Es de los mejores, de los más elocuentes que ha pronunciado en su larga vida parlamentaria. Si el camello hablara así, ¿quién le aguantaba?».
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cambio por los de Cicerón. Pero todavía están<br />
inéditos, Padre... Yo también tenía vivos deseos<br />
de conocerle a usted personalmente... que de<br />
fama ¿quién no le conoce? Mi amigo Fernando<br />
Calpena me ha hablado mucho de usted... Sé<br />
que es un profundo humanista, y que distrae<br />
sus ocios en la afición taurina... Yo soy amantísimo<br />
de los Toros».<br />
-Lo que tú eres, bien lo veo -dijo Hillo para<br />
su sotana-: un guasón de primera.<br />
Y siguieron charlando, mientras Iglesias, con<br />
hueca voz ponderativa, encomiaba el discurso<br />
pronunciado en la primera parte de la sesión<br />
por D. Agustín Argüelles, a quien se seguía<br />
llamando el Divino, si bien no aplicaban todos<br />
este lisonjero mote en sentido recto. «¡Señores,<br />
vaya un discurso el de Don Agustín! Es de los<br />
mejores, de los más elocuentes que ha pronunciado<br />
en su larga vida parlamentaria. Si el camello<br />
hablara así, ¿quién le aguantaba?».