Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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-Un gran humanista, señor, más versado en los clásicos latinos y griegos que en Teología y Cánones. -Bien se le conoce a usted, en su manera de expresarse, la sabia mano que le ha pulimentado. -Sabía mucho mi padrino -dijo D. Fernando con tristeza-; y aunque él se esforzó en darme todo su saber, yo no he tomado sino parte mínima. -¿Modestia tenemos? Pues a mí me da en la nariz, Sr. D. Fernandito, que usted ha de ser un grande hombre. Este tarambana de Nicomedes me aseguraba ayer que el porvenir será de los románticos, así en literatura como en política. Yo sostengo lo contrario. La sociedad se va hartando de contorsiones y de hipérboles, y el clasicismo, la corrección, la serenidad, la devoción de las buenas reglas, han de gobernar el mundo. ¿No cree usted lo mismo?
D. Fernando, profundamente abstraído, fijaba sus ojos en el ya vacío pocillo de chocolate. «Yo no puedo tener opinión, no acierto aún a formar juicio de nada -murmuré al fin-: soy un chiquillo». -Pues lo dicho... No sé por qué me figuro que entrará usted en esta diabólica villa con pie derecho. En todas las cosas y casos de la vida... esto es observación mía, que no me falla... los primeros pasos dan la norma de la suerte total. -Pues si es así, amigo Hillo -dijo Calpena, revelando en su agraciado rostro más confusión que alegría-, yo he de ser el niño mimado de la fortuna, porque en mis primeros pasos en Madrid no piso más que flores. -Bien, hombre, bien: hay hombres predestinados a la dicha, como los hay al sufrimiento, y de estos, alguno conozco yo, sí, señor, y más de lo que quisiera... Y puedo asegurarle que no
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D. Fernando, profundamente abstraído, fijaba<br />
sus ojos en el ya vacío pocillo de chocolate.<br />
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a formar juicio de nada -murmuré al fin-: soy<br />
un chiquillo».<br />
-Pues lo dicho... No sé por qué me figuro<br />
que entrará usted en esta diabólica villa con pie<br />
derecho. En todas las cosas y casos de la vida...<br />
esto es observación mía, que no me falla... los<br />
primeros pasos dan la norma de la suerte total.<br />
-Pues si es así, amigo Hillo -dijo Calpena,<br />
revelando en su agraciado rostro más confusión<br />
que alegría-, yo he de ser el niño mimado de la<br />
fortuna, porque en mis primeros pasos en Madrid<br />
no piso más que flores.<br />
-Bien, hombre, bien: hay hombres predestinados<br />
a la dicha, como los hay al sufrimiento, y<br />
de estos, alguno conozco yo, sí, señor, y más de<br />
lo que quisiera... Y puedo asegurarle que no