Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun

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02.07.2013 Views

posible seguir más tiempo allí. Los hados fieros ordenaban la suspensión del coloquio dulcísimo, y que los amantes guardasen la ley del recato ante el público, pues cada cosa tiene su ocasión y lugar propios. ¡Bonita idea tendría de la señorita de Negretti el vecindario de Milaneses si la veía colgada al balcón, al amanecer de Dios, picoteando con su novio! Antes que ella comprendió él la inconveniencia de prolongar la alborada de amor, y así se lo dijo. Convenidos el cómo y cuándo de verse en el curso del día, Calpena se arrancó con esfuerzo del celestial muro. El día se recreaba iluminando con sus primeras claridades la ideal belleza de Aura, quien no se apartó del balcón hasta que hubo recibido el último saludo de D. Fernando. Se fue y volvió el galán como unas tres o cuatro veces, jugando al escondite en la esquina de la calle Mayor, hasta que al fin, siendo preciso poner término al juego... se arrancó de veras.

-XXIII- Más que inquieto, lleno de zozobra por la desusada tardanza de Fernandito, le esperó levantado su amigo D. Pedro, y al verle entrar, conoció por su rostro encendido, por el febril centelleo de su mirada, que algo muy grave le había ocurrido aquella noche. Interrogole dulcemente, y no obtuvo respuesta categórica. «Luego me lo contarás -dijo Hillo-, que ya es hora de que me vaya a decir mi misa. Me has tenido toda la noche en vela. Como no es tu costumbre trasnochar, me alarmé. ¿Has estado en alguna logia? ¿Se trata de algún mal paso, de algún lance?... Pero no quiero molestarte ahora. No me cuentes nada, y descansa, pobrecito, que estarás muerto de sueño. Yo me voy al Carmen... Duerme todo el día si quieres, y a la tardecita me contarás...».

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Más que inquieto, lleno de zozobra por la<br />

desusada tardanza de Fernandito, le esperó<br />

levantado su amigo D. Pedro, y al verle entrar,<br />

conoció por su rostro encendido, por el febril<br />

centelleo de su mirada, que algo muy grave le<br />

había ocurrido aquella noche. Interrogole dulcemente,<br />

y no obtuvo respuesta categórica.<br />

«Luego me lo contarás -dijo Hillo-, que ya es<br />

hora de que me vaya a decir mi misa. Me has<br />

tenido toda la noche en vela. Como no es tu<br />

costumbre trasnochar, me alarmé. ¿Has estado<br />

en alguna logia? ¿Se trata de algún mal paso, de<br />

algún lance?... Pero no quiero molestarte ahora.<br />

No me cuentes nada, y descansa, pobrecito, que<br />

estarás muerto de sueño. Yo me voy al Carmen...<br />

Duerme todo el día si quieres, y a la tardecita<br />

me contarás...».

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