Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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algo habría en el testamento que tal abrogación consintiera. No se le apartaba del magín esta temeraria idea, y si el horrible acceso reumático que en aquellos meses sufría no la imposibilitara totalmente, ya se habría presentado a D. Juan de Dios, a fin de proponerle lo que para él era un alivio y para ella una carga muy de su gusto. Bien clara está la razón de que, suponiendo al Don Fernando cordialmente ligado a Su Excelencia, le recibiera con finuras y agasajos, y echara la casa por la ventana en aquel desusado convite. En los postres sirvieron curaçao, que era quizás la única pasión o debilidad del viejo Maturana. Aquel dulce licor le hacía desmentir muy de tarde en tarde sus hábitos de formalidad y grave continencia. Siempre que allí comía o cenaba, Jacoba, por hacerle rabiar, aseguraba no tener curaçao; por fin, después de mucho trasteo, hacía traer la bebida y le daba un poquito, cuatro lágrimas, y así se divertía con él,
vengándose de alguna trastadilla que en los negocios le había jugado. Pero aquella noche, antes de que la señora empezase el sainete, le convidó Aura, y sacando del aparador la botella, le sirvió cuanto él quiso, y después a Fernando. Mientras D. Carlos paladeaba con embeleso los primeros sorbitos y Jacoba le afeaba su vicio con afectado enojo, Calpena charló brevemente con Aura, cuando esta a su asiento volvía. Doña Jacoba no reparaba en ello, o se hacía la distraída, que también pudo ser, y Maturana se halló bien pronto bajo la influencia embelesadora del rico néctar. «¿Y qué?, ¿canta usted o no?». -No... me temo que D. Carlos no se duerma si canto. Pero si usted se empeña en ello... -Deseo que usted cante... Si hablando es su voz tan divina, ¿qué será...?
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Mientras D. Carlos paladeaba con embeleso<br />
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volvía. Doña Jacoba no reparaba en ello, o se<br />
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«¿Y qué?, ¿canta usted o no?».<br />
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