Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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tiempo los cumplía fielmente por su parte. Jamás la cogió nadie en renuncio legal; jamás tuvo que ver con la justicia humana. Vivía, pues, dentro de la estricta honradez social, del respeto de las leyes y costumbres. No tomó nunca nada que en rigor de derecho no fuera suyo, ni dio a nadie parte mínima de su legal pertenencia. Con tal modo de ser, se fue labrando su fama de miseria, fundadísima en todo, menos en los cuentos que corrían acerca de la mala vida que se daba. Como en su casa entraban pocas personas, y las amistades y relaciones no pasaban de un círculo estrecho, pocos sabían que la mesa de Jacoba no era escasa, que a veces era espléndida, y que si ocurría tener que obsequiar a alguien, lo hacía con decente abundancia y hasta con ostentación. Así queda explicado que la cena de aquella célebre noche fuera excelente, y que Calpena la encontrase muy superior a lo que había imaginado. Añádase que Lopresti era un hábil cocinero, que guisaba a la italiana y a la francesa, y pose-
ía el secreto de algunos platos sabrosísimos a estilo de La Valette y de Cagliari. Por milagro de Dios, Jacoba se sintió, después de anochecer, muy mejorada de los horrendos dolores que le habían retorcido el cuerpo, y gozosa, renqueando de aquí para allí con el apoyo de su bastón, iba del comedor a la cocina, o al revés; sacaba de los armarios una mantelería riquísima (que había ido a parar allí sabe Dios cómo); exhumaba vajilla fina, alguna hermosa pieza de plata repujada, y en fin, lo disponía todo para lucimiento de su casa y satisfacción de su amor propio. Digase también que Jacoba Zahón, fuera de los asuntos mercantiles, era bastante agradable, de mucho mundo, conocedora de los usos que constituyen la etiqueta, de hablar ameno y correctísimo. Pero estas cualidades, junto al mostrador, trocábanse en una ferocidad egoísta que ponía los pelos de punta al infeliz que trataba con ella. En esto seguía las tradiciones de su familia: no hacía
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ía el secreto de algunos platos sabrosísimos a<br />
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Por milagro de Dios, Jacoba se sintió, después<br />
de anochecer, muy mejorada de los<br />
horrendos dolores que le habían retorcido el<br />
cuerpo, y gozosa, renqueando de aquí para allí<br />
con el apoyo de su bastón, iba del comedor a la<br />
cocina, o al revés; sacaba de los armarios una<br />
mantelería riquísima (que había ido a parar allí<br />
sabe Dios cómo); exhumaba vajilla fina, alguna<br />
hermosa pieza de plata repujada, y en fin, lo<br />
disponía todo para lucimiento de su casa y satisfacción<br />
de su amor propio. Digase también<br />
que Jacoba Zahón, fuera de los asuntos mercantiles,<br />
era bastante agradable, de mucho mundo,<br />
conocedora de los usos que constituyen la etiqueta,<br />
de hablar ameno y correctísimo. Pero<br />
estas cualidades, junto al mostrador, trocábanse<br />
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punta al infeliz que trataba con ella. En esto<br />
seguía las tradiciones de su familia: no hacía