Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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le estas preguntas, expresión de la ansiedad de un amor investigador, receloso, policiaco: «¿Quién eres tú?... ¿De dónde has salido tú?... ¿Quiénes son tus padres?... ¿Por qué estás en esta casa?». El silencio fue interrumpido por Maturana, que, mostrando entre sus dedos una gruesa y hermosa perla, se volvió a los que ya es forzoso llamar amantes, y en tono grave les dijo: «¡Qué hermosura, qué redondez, qué oriente!... ¡Y que este prodigio de la Naturaleza haya salido de los profundos abismos de la mar!... ¡Y que esto sea, como dicen, una enfermedad de la ostra... un tumor, según otros, producto de la baba con que el pobre animal se cura de los golpes que le dan los crustáceos! ¡Y cosa de tanto valor no es, en su origen, más que una baba!... ¡Misterios de la vida, del tiempo!...».
-XX- No se manifestaba en la mesa la sordidez de Jacoba Zahón, como vulgarmente creían vecinos chismosos, y amigos desconocedores de las interioridades de la casa. Del trato comercial procedía su fama de avaricia, y cuanto se dijese en este terreno era poco, pues no ha venido al mundo persona que con más cruel ahínco defendiera el ochavo. Los del gremio la temían; gimieron siempre los parroquianos entre sus uñas rapaces; en tratándose de negocio pingüe, no reparaba en medios, ni había para ella compañerismo, ni delicadeza, ni caridad. Reproducíanse en ella todas las cualidades de su marido, Bartolomé Zahón, a quien llegó a sobrepujar en la frialdad de cálculo, en la codicia desmedida y en la dureza de las condiciones de venta o empeño, aprovechando siempre, sin miramiento alguno, las ocasiones ventajosas. No perdonaba; hacía cumplir los contratos, implacable sacerdotisa de la letra, y al propio
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Jacoba Zahón, como vulgarmente creían vecinos<br />
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