Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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sa, y se va, y no vuelve más, y no le encuentro en ninguna parte...!». En tanto Calpena, mal repuesto de su trastorno, apenas podía enterarse de lo que Maturana y la Zahón le decían. Miraba para dentro de sí: en su mente había quedado impresa la imagen fugitiva... ¡Qué ojos, qué boca, qué talle! Quería recordar pormenores; cómo eran estas o aquellas facciones, y no podía. La imagen se borraba con el análisis; llegó un instante en que sólo quedaba de ella una vaguedad, un rastro, algo como una herida, o como una sombra que doliera. Pero de improviso volvió a presentarse ante los turbados ojos de Calpena, no precedida de ningún rumor de pasos ni de voz alguna. Entró como fantasma, trayendo consigo una luz ideal, y para mayor asombro y arrobamiento de D. Fernando, se presentaba risueña, mostrando unos dientes dignos de morder un cachete al Padre Eterno. Así lo pensó Calpena, que tam-
ién se sonrió al verla, y salió como a recibirla, brindándole un asiento... «No me siento; gracias» -dijo Aura, y pasó... Fue a recoger algo al otro lado de la pieza. Cuando regresaba con una cestilla de labores, recibió de lleno el galán todo el brillo, toda la expresión, toda la intensísima divinidad de los ojos negros de la damisela. El infeliz no dijo nada, miró a la mesa, y cogiendo la silla que cerca tenía, dio un golpecito en el suelo, diciendo o pensando así: «¡Qué rayo de Dios!... Tempestad, locura... Si esta mujer no me quiere, me mato... vaya si me mato. No puedo vivir». -Aura -dijo Doña Jacoba dándole un manojo de llaves-. Saca de aquel armario la cajita de perlas, y dásela a D. Carlos para que me haga el apartado... Y mientras Aura traía las perlas, Calpena se decía: «Esto es sueño. Tal mujer no existe. Es la que traigo en mi imaginación desde qué sé yo
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