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02.07.2013 Views

del Emperador con la Archiduquesa de Austria. Después de Waterloo, todo fue peripecias y saltos terribles para el señor abanico, que tuvo en poco tiempo distintos dueños. Primero, un anticuario holandés, que lo vende a la princesa Stolbey, fallecida en Baviera el año 20; segundo, el príncipe Carlos de Baviera, emparentado con Eugenio Beauharnais; tercero, otro anticuario, de Nancy, que lo lleva a París, lo hace restaurar, y consigue venderlo a precio exorbitante a un desconocido, que obsequia con él a Mademoiselle Mars en una representación de no sé qué tragedia... No sé si sabrán ustedes que la célebre actriz es muy aficionada a los brillantes, y tenía colección de ellos por valor de ochocientos mil francos; no sé si sabrán también que el año 27 le hicieron un robo de alhajas, valor de trescientos mil francos. ¡Pues no ha metido poca bulla ese proceso, que creo no ha terminado todavía! Parecieron los ladrones; pero las piedras no. Pues bien: deseando esa señora reponer los brillantes que le quitaron

y no disponiendo de dinero suficiente, hizo varios cambalaches con Bertín y con los hermanos Rosenthal, sucesores del famoso Bœhmer, y en uno de estos cambalaches sale otra vez al mercado el famoso abaniquito. Desde entonces puse yo en él los cinco sentidos, deseoso de comprarlo: ha pasado por manos de diversos marchantes; fue a tomar aires por Alemania y Suecia; en cuatro años ha pertenecido a un Poniatowsky, a una gran Duquesa de Hesse y a un coleccionista que vive en la Selva Negra, el cual murió el año pasado, y su heredero, que era el santísimo Hospital de Tréveris, hizo almoneda de todo. Vuelve mi abanico volando al mercado, y en Lyón se posa en casa de mi amigo Jobard. Trato de cazarle allí, y Jobard, que es de los que persiguen gangas, me toma a mí por un inocente y quiere explotarme. Finjo desistir del empeño, y me marcho tras de otros asuntos; pero sabiendo de buena tinta que el marchante lionés se tambalea, doy el encargo al amigo Montefiori, de Burdeos, para que esté a la mira

del Emperador con la Archiduquesa de Austria.<br />

Después de Waterloo, todo fue peripecias<br />

y saltos terribles para el señor abanico, que tuvo<br />

en poco tiempo distintos dueños. Primero,<br />

un anticuario holandés, que lo vende a la princesa<br />

Stolbey, fallecida en Baviera el año 20; segundo,<br />

el príncipe Carlos de Baviera, emparentado<br />

con Eugenio Beauharnais; tercero, otro<br />

anticuario, de Nancy, que lo lleva a París, lo<br />

hace restaurar, y consigue venderlo a precio<br />

exorbitante a un desconocido, que obsequia con<br />

él a Mademoiselle Mars en una representación<br />

de no sé qué tragedia... No sé si sabrán ustedes<br />

que la célebre actriz es muy aficionada a los<br />

brillantes, y tenía colección de ellos por valor<br />

de ochocientos mil francos; no sé si sabrán<br />

también que el año 27 le hicieron un robo de<br />

alhajas, valor de trescientos mil francos. ¡Pues<br />

no ha metido poca bulla ese proceso, que creo<br />

no ha terminado todavía! Parecieron los ladrones;<br />

pero las piedras no. Pues bien: deseando<br />

esa señora reponer los brillantes que le quitaron

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