Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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Replicó el mancebo (pues hombre era por la facha, aunque la voz de tiple lo contrario declarase), que la tal Aurorita había salido de paseo con la señora y niñas de Milagro, y con otras cuyo nombre no recordaba, hermanas de un sargento de la Guardia Real; y en tanto, abría la puerta de la sala, que más bien era tienda, por las dos mesas, con trazas de mostradores, que en ella había, y los armarios de forma pesada y robusta, cerrados con fuertes herrajes, guardando con avaricia sigilosa tesoros o secretos. Dos o tres sillones de vaqueta, de un uso secular, claveteados y lustrosos, y un par de sillas, eran los únicos muebles que en tan extraña sala brindaban comodidad al visitante. Acomodose Maturana en un sillón, y Calpena en una silla, dejando al fin sobre la mesa su enojosa carga, y aguardaron silenciosos, hasta que el diamantista, sacando su tabaquera de concha, tomó un polvito, después de ofrecer al joven, que hubo de excusarse graciosamente. La conversación se reanudó en el mismo punto en que había que-
dado al subir la escalera. «La buena señora -dijo Maturana oliendo el rapé con la mayor finura y encandilando los ojuelos-, se empeñó en que todo había de ser zafiros... y mi padre y mis tíos estuvieron tres meses y medio buscándolos de gran tamaño... Y que escaseaban en aquel tiempo los zafiros y se pagaban bien, como ahora las esmeraldas». -Escasean las esmeraldas... ya -dijo Calpena, sólo porque la cortesía le obligaba a decir algo. -Se han pagado en los últimos años a doce y catorce duros quilate, las de buen tamaño... ya ve usted. Algo bajaron de precio cuando D. Pedro de Portugal vendió su soberbia colección, en los apuros de la Regencia en la Islas Terceras... Y a propósito... Este recuerdo de D. Pedro y Doña María de la Gloria (que por cierto ha recuperado parte de las esmeraldas y aguamarinas de la Corona de Portugal); este recuerdo, digo, me trae a la memoria al Sr. de Men-
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Replicó el mancebo (pues hombre era por la<br />
facha, aunque la voz de tiple lo contrario declarase),<br />
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con la señora y niñas de Milagro, y con otras<br />
cuyo nombre no recordaba, hermanas de un<br />
sargento de la Guardia Real; y en tanto, abría la<br />
puerta de la sala, que más bien era tienda, por<br />
las dos mesas, con trazas de mostradores, que<br />
en ella había, y los armarios de forma pesada y<br />
robusta, cerrados con fuertes herrajes, guardando<br />
con avaricia sigilosa tesoros o secretos.<br />
Dos o tres sillones de vaqueta, de un uso secular,<br />
claveteados y lustrosos, y un par de sillas,<br />
eran los únicos muebles que en tan extraña sala<br />
brindaban comodidad al visitante. Acomodose<br />
Maturana en un sillón, y Calpena en una silla,<br />
dejando al fin sobre la mesa su enojosa carga, y<br />
aguardaron silenciosos, hasta que el diamantista,<br />
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de excusarse graciosamente. La conversación se<br />
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