Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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la nariz sobre el papel, al propio tiempo que la pluma. Contestó Calpena varias cartas de pura cortesía, de esas que no dicen nada y formulan vagas promesas, con arreglo al patrón usual en las secretarías familiares de los señores Ministros. Toda la tarde se la pasó el de Hacienda en conciliábulos con prohombres, en firmar asuntos importantísimos de Deuda, de Aduanas, algunos nombramientos, y en repasar el proyecto de discurso que había de leer la Reina en la próxima apertura de los Estamentos. A última hora llamó a Milagro. Dejando a un lado la política y apartando de sí todo el papelorio que delante tenía, se dispuso a despachar un asunto privado, que sin duda le causaba inquietud y fastidio, a juzgar por el tono con que dijo a su escribiente: «Otra vez esa pejiguera. Oiga, señor Milagro: mañana me hará usted el mismo favor del mes pasado». -A las órdenes de Vuecencia.
-Nada: que esa maldita jorobada, que Dios confunda, ha vuelto a pedirme dinero. Y no tengo más remedio que mandárselo, aunque voy pensando que hay en esto mucho de socaliña... ¡Pobre Negretti! Como usted la conoce y trabaja en su casa, me hará el obsequio de llevarle esta cantidad que me pide... Vea usted qué letra y qué estilo... Cuide de hacerle firmar el recibo en la misma forma de la otra vez... «He recibido del Sr. Tal... testamentario del Sr. Negretti... la cantidad de tal, importe de alimentos y demás de...». -Descuide Vuecencia... -Es un asunto que me desagrada, y en la posición que ahora ocupo, francamente, no me convienen estos tratos, aunque, bien mirada, la cosa es sencillísima, y nada tiene de particular... Usted, como buen gaditano, conocería al pobre Negretti.
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pluma. Contestó Calpena varias cartas de pura<br />
cortesía, de esas que no dicen nada y formulan<br />
vagas promesas, con arreglo al patrón usual en<br />
las secretarías familiares de los señores Ministros.<br />
Toda la tarde se la pasó el de Hacienda en<br />
conciliábulos con prohombres, en firmar asuntos<br />
importantísimos de Deuda, de Aduanas,<br />
algunos nombramientos, y en repasar el proyecto<br />
de discurso que había de leer la Reina en<br />
la próxima apertura de los Estamentos. A última<br />
hora llamó a Milagro. Dejando a un lado la<br />
política y apartando de sí todo el papelorio que<br />
delante tenía, se dispuso a despachar un asunto<br />
privado, que sin duda le causaba inquietud y<br />
fastidio, a juzgar por el tono con que dijo a su<br />
escribiente: «Otra vez esa pejiguera. Oiga, señor<br />
Milagro: mañana me hará usted el mismo favor<br />
del mes pasado».<br />
-A las órdenes de Vuecencia.