Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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con esta ilusión; con ella entró en Madrid. Sus entrevistas con la Reina Gobernadora la confirmaron. El entusiasmo patriótico, la fe en sí mismo y en la eficacia de sus manejos se avivaron cuando Su Majestad le encargó del tejemaneje gubernamental. Ya tenía la máquina en su mano. Ya era dueño de sus iniciativas. ¿No podría desarrollar libremente sus ideas, aplicar su voluntad potente a la grande obra? Las cosas, y más que las cosas las personas, enfriaron su entusiasmo al mes de gobierno. Cierto que le ayudaba la opinión vocinglera; pero las principales figuras políticas no hacían nada en su favor. Los adictos de fila pedían destinos y actas, y esperaban que el jefe lo diera todo hecho. Los contrarios aparentaban una calma prudente, tras de la cual D. Juan de Dios creía sentir el sordo roer de las conspiraciones. Aún no había perdido la confianza en sí mismo; seguía creyendo en su papel providencial; pero ya le anunciaba el corazón que la empresa no
era coser y cantar, y que tendría que tragar mucha quina antes de rematarla dignamente. Conferenció con Galiano, a la hora convenida, sobre asuntos electorales; con Saavedra, sobre la probable benevolencia de los moderados Toreno y Martínez de la Rosa; con Olózaga, para ver de que las sociedades secretas hiciesen entender a las Juntas que había llegado la hora de poner fin a la bullanga, pues en Palacio comenzaban los infalibles síntomas de desconfianza y miedo. De esto le había hablado aquella misma tarde D. Fernando Muñoz, dándole una prueba de verdadero aprecio. Y, francamente, no había que esperar ninguna ventaja política, mientras no se diese a toda la gente de allá, real o morganática, una plácida confianza y un sueño tranquilo. Con Williers habló de asuntos diplomáticos y de eso que tiempo ha viene siendo la constante pesadilla de los pueblos débiles: la actitud de Inglaterra. Mendizábal era muy afecto al leopardo, y esperaba un apo-
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era coser y cantar, y que tendría que tragar mucha<br />
quina antes de rematarla dignamente.<br />
Conferenció con Galiano, a la hora convenida,<br />
sobre asuntos electorales; con Saavedra,<br />
sobre la probable benevolencia de los moderados<br />
Toreno y Martínez de la Rosa; con Olózaga,<br />
para ver de que las sociedades secretas hiciesen<br />
entender a las Juntas que había llegado la hora<br />
de poner fin a la bullanga, pues en Palacio comenzaban<br />
los infalibles síntomas de desconfianza<br />
y miedo. De esto le había hablado aquella<br />
misma tarde D. Fernando Muñoz, dándole<br />
una prueba de verdadero aprecio. Y, francamente,<br />
no había que esperar ninguna ventaja<br />
política, mientras no se diese a toda la gente de<br />
allá, real o morganática, una plácida confianza<br />
y un sueño tranquilo. Con Williers habló de<br />
asuntos diplomáticos y de eso que tiempo ha<br />
viene siendo la constante pesadilla de los pueblos<br />
débiles: la actitud de Inglaterra. <strong>Mendizábal</strong><br />
era muy afecto al leopardo, y esperaba un apo-