Episodios Nacionales - Mendizábal.pdf - Ataun
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llevado la carta: ni en la casa ni en mi oficina supieron darme ninguna razón. Pero aquella vez el dinero no venía solo, sino con una cartita muy lacónica en que se me mandaba oír misa, al día siguiente, a las nueve en punto, en la iglesia de Notre Dame des Victoires. Naturalmente, fui, y nada me sucedió, es decir, nadie se me acercó a hablarme, como esperábamos mi compañero y yo, que creímos se trataba de una aventura vulgar. -Si usted no vio a nadie, sin duda alguien a usted le vería... ¿Era ya en el reinado de Luis Felipe? -Sí, señor. De repente, con la misma brusquedad con que fui enviado a París, llamáronme a Olorón, y allí estaba cuando se nos presentó Faustino Vidaurre, al parecer para tratar de negocios... Noté yo que él y Felipe Maturana se decían algo referente a mí, recatándose de que yo lo entendiera. Una mañana me notificaron que vendría pronto a Madrid, donde se me
daría un destino en las oficinas del Gobierno, con sueldo bastante para vivir decentemente en esta capital. Yo me alegré, porque allí no hacía nada, y la holganza monótona de aquel pueblo me enfadaba, me ponía enfermo... Vi los cielos abiertos; me aventuré a pedir alguna explicación al hermano de mi padrino; pero no me dijo más que la frase sacramental: «Quien manda, manda». Y Maturana agregó: «Llevarás tu viaje pagado, y algo para que puedas vivir un par de meses en un alojamiento arregladito. Ya puedes empaquetar tu ropa y tus libros...». Y como yo expresase alguna inquietud acerca de mis primeros pasos en esta villa, no teniendo aquí conocimientos ni trayendo carta de recomendación, Faustino me dijo: «Anda, anda, hijo, y no temas nada, que ya tendrás quien te ampare y mire por ti. Vete descuidado, que nada te faltará... Y no te mandamos tan desprovisto de apoyos y recomendaciones, pues además de los que allí te saldrán donde y cuando menos lo pienses, en Madrid tienes a nuestro primo Car-
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daría un destino en las oficinas del Gobierno,<br />
con sueldo bastante para vivir decentemente en<br />
esta capital. Yo me alegré, porque allí no hacía<br />
nada, y la holganza monótona de aquel pueblo<br />
me enfadaba, me ponía enfermo... Vi los cielos<br />
abiertos; me aventuré a pedir alguna explicación<br />
al hermano de mi padrino; pero no me dijo<br />
más que la frase sacramental: «Quien manda,<br />
manda». Y Maturana agregó: «Llevarás tu viaje<br />
pagado, y algo para que puedas vivir un par de<br />
meses en un alojamiento arregladito. Ya puedes<br />
empaquetar tu ropa y tus libros...». Y como yo<br />
expresase alguna inquietud acerca de mis primeros<br />
pasos en esta villa, no teniendo aquí conocimientos<br />
ni trayendo carta de recomendación,<br />
Faustino me dijo: «Anda, anda, hijo, y no<br />
temas nada, que ya tendrás quien te ampare y<br />
mire por ti. Vete descuidado, que nada te faltará...<br />
Y no te mandamos tan desprovisto de<br />
apoyos y recomendaciones, pues además de los<br />
que allí te saldrán donde y cuando menos lo<br />
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