Libro: El asesinato del profesor de matemáticas

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CUÁNTO tiempo hemos empleado en la primera prueba? —Es mejor no mirar el reloj o acabaremos tan nerviosos que no lo conseguiremos. —Sí, en los exámenes nos pasa eso. El reloj parece correr y correr y correr y nosotros nos quedamos muertos. —No ha sido tan difícil, ¿verdad? —Hombre... —No, si visto ahora, parece chupado. —Ya, pero cuando hemos leído la pregunta y hemos visto el jeroglífico... —¿A que parecía imposible? —¡Total! —Yo es que me siento la mar de bien. —Si no fuera por lo del Fepe. —Vamos, ¡vamos! Hay que dar con ese cerdo. —O cerda. —¿No puedes correr más, Nico? Corrían y hablaban. Hablaban y corrían. El colegio no estaba lejos, pero ahora, en su carrera contra el tiem-
po, cada segundo contaba y podía ser la diferencia entre coger al asesino o permitir que escapara. Eso también les hacía reflexionar. —¿Y por qué se va a escapar a las seis? —Sí, es cierto, ¿por qué? —A lo mejor el avión en que se larga sale a esa hora. —O el barco. —O... —Quedan siete problemas, no vendamos la piel del oso antes de cazarla. Adela y Luc miraron a Nico con cara de enfado por enfriarles de tal forma el ánimo después de haber superado tan bien la primera prueba. El chico corría al límite de sus fuerzas y, dado que era el más redondito, estaba congestionado y rojo como un tomate. —¡Ya llegamos! —dijo Luc. —¿Estará cerrado? —se alarmó Adela. —No, no lo está, seguro —los tranquilizó Nico. No menguaron su alocada carrera ni al llegar al centro en el que pasaban tantas horas al día tratando de aprender cosas. Entraron por la puerta exterior y cruzaron el patio como posesos. Ahora, Adela y Luc ya no esperaron a Nico. Se adelantaron con grandes zancadas hasta meterse en el edificio por la puerta principal. Allí sí dejaron de correr, no fuera a verles alguien y se la cargaran. Al director no le gustaban las carreras por las zonas comunes. El tablón estaba allí mismo, en la entrada, a la derecha.
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© Del texto: Jordi Sierra i Fabra,
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un consejo, trata de resolver los p
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Adela se removió inquieta. Su sill
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dedo índice de la mano derecha—.
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—Pues sí —la pinchó. —¡Jo!
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las americanas —calculó Luc—.
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—Les va la marcha —le secundó
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A cuadros. Era peor de lo que se ha
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la miraron. No hacía falta decir g
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mera a la derecha y la segunda a la
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—Pues hay dos soluciones —parpa
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JOSÉ vestía siempre de azul, pues
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Como los tres hablaron al mismo tie
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—Os estaba esperando —dijo el h
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que está a diez minutos a la carre
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—¿Ah, no? ¿A ver? —El resulta
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LA última prueba. El último probl
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Pero ya no hizo falta más. Abrumad
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—Quería que lo resolviéramos, e
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—Sí —asintieron Luc y Nico.
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—Esto ha de equivaler a un nombre
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—¡Podía haber puesto las pistas
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DEBÍAN tener cara de chiste, porqu
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que aún sentían. Habían pasado l
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—Más os vale —fue categórico
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SALIERON fuera aturdidos, conmocion
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El mundo era perfecto. Nada podía
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