Libro: El asesinato del profesor de matemáticas
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Iban a echarles las zarpas encima.<br />
Luc fue el primero en reaccionar.<br />
—¡Larguémonos!<br />
A<strong><strong>de</strong>l</strong>a también lo hizo, casi en una fracción <strong>de</strong> segundo.<br />
Luc ya estaba a una zancada cuando inició su<br />
carrera. Nico estuvo más torpe.<br />
—¡Ya te tengo! —cantó triunfal el conductor al sujetarle<br />
por el cuello.<br />
—¡Nico! —gritó Luc.<br />
<strong>El</strong> apresado pasó un momento <strong>de</strong> pánico. Sólo uno.<br />
Se recuperó al oír la voz <strong>de</strong> su amigo. Fue como si recibiera<br />
una or<strong>de</strong>n o una <strong>de</strong>scarga eléctrica. Se volvió,<br />
le dio una soberana patada en la espinilla al <strong>de</strong> la urbana<br />
y, justo cuando éste empezaba a dar saltos sobre<br />
la otra pierna, aún sin soltarlo, le propinó un segundo<br />
puntapié en ella.<br />
La zarpa se abrió.<br />
Y Nico ya no perdió ni un momento.<br />
En su acelerada carrera casi atrapó a Luc y a A<strong><strong>de</strong>l</strong>a,<br />
que le llevaban una buena ventaja, mientras por <strong>de</strong>trás<br />
los gritos <strong>de</strong> los dos agentes <strong>de</strong> la urbana se elevaban<br />
en un paroxismo <strong>de</strong> furia por encima <strong>de</strong> sus cabezas.<br />
Eso sí, no les dispararon como llegaron a pensar.