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Libro: El asesinato del profesor de matemáticas

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Y comenzó todo.<br />

—¿Qué hace ahí el profe? —se extrañó A<strong><strong>de</strong>l</strong>a.<br />

—¿Qué le pasa? —se extrañó Luc.<br />

—¿Por qué anda <strong>de</strong> esa forma? —se extrañó Nico.<br />

<strong>El</strong> <strong>profesor</strong> <strong>de</strong> <strong>matemáticas</strong> avanzaba hacia ellos medio<br />

doblado hacia a<strong><strong>de</strong>l</strong>ante, con el cabello aún más alborotado<br />

<strong>de</strong> lo normal, trastabillando por entre el irregular<br />

suelo <strong><strong>de</strong>l</strong> solar, con la mano <strong>de</strong>recha en el pecho.<br />

Parecía un monigote, un muñeco movido por los hilos<br />

<strong>de</strong> una mano inexperta. Iba <strong>de</strong> lado, tropezaba, se en<strong>de</strong>rezaba,<br />

volvía a avanzar... Llegó a caerse una vez <strong>de</strong><br />

rodillas, aunque se levantó casi <strong>de</strong> inmediato.<br />

—¡Profesor! —gritó A<strong><strong>de</strong>l</strong>a.<br />

—¿Se encuentra bien? —se asustó Nico.<br />

—¿Le duele algo? —comenzó a preocuparse Luc.<br />

Ya estaba cerca, a unos metros, pero ellos estaban<br />

paralizados. De pronto vieron la sangre, la enorme<br />

mancha roja y oscura que mojaba el pecho, el vientre<br />

y la parte superior <strong>de</strong> los pantalones <strong>de</strong> Felipe Romero.<br />

También vieron su rostro <strong>de</strong>macrado, su expresión<br />

<strong>de</strong> agonía, el dolor que lo inundaba como una marea<br />

dispuesta a engullírselo.<br />

—¡Ahí va!<br />

—¡Jo!<br />

—¿Pero qué...?<br />

Felipe Romero se <strong>de</strong>splomó a sus pies.<br />

Entonces sí reaccionaron, saltaron hacia él y lo ro<strong>de</strong>aron.<br />

<strong>El</strong> maestro estaba boca abajo, respirando fatigosamente.<br />

Fue Luc el que le dio la vuelta, ayudado al

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