Libro: El asesinato del profesor de matemáticas
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—Pues como se nos crucen los cables, vamos listos<br />
—recordó Luc.<br />
—¿Crees que nos vamos a bloquear los tres? —dudó<br />
A<strong><strong>de</strong>l</strong>a.<br />
—Por lo menos estaremos juntos, tendremos tres<br />
cabezas para pensar, nada <strong>de</strong> estar sentados y con la<br />
tensión <strong>de</strong> un examen normal, y a<strong>de</strong>más po<strong>de</strong>mos hablar,<br />
incluso ir a casa, coger el libro, los apuntes y resolver<br />
cada problema con calma —se animó Nico.<br />
—Ha dicho algo <strong>de</strong> un límite <strong>de</strong> tiempo —insistió<br />
en ser agorero Luc.<br />
—Vamos a ser optimistas, ¿vale? —protestó A<strong><strong>de</strong>l</strong>a—.<br />
No será sencillo, habrá trampas, pero el Fepe ha<br />
<strong>de</strong>mostrado que está <strong>de</strong> nuestra parte y que es un tío<br />
legal. Si suspen<strong>de</strong>mos será porque somos burros y ya<br />
está. Pero algo me dice que vamos a conseguirlo. ¡Es<br />
un juego! —abrió los brazos tratando <strong>de</strong> insuflarles<br />
ánimo.<br />
Luc y Nico la miraron con poco entusiasmo.<br />
—No, si jugar, jugaremos —reconoció el segundo—.<br />
Pero ganar...<br />
Se sentaron en sus respectivas piedras.<br />
—Bueno, venga, ¿qué hacemos? —repitió la pregunta<br />
inicial Luc.<br />
<strong>El</strong> silencio fue la respuesta. Por lo menos durante<br />
los siguientes cinco segundos.<br />
Ni siquiera podían imaginar que iban a ser los últimos<br />
segundos <strong>de</strong> paz en las horas siguientes.<br />
Porque entonces apareció él. Felipe Romero.