Libro: El asesinato del profesor de matemáticas
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A cuadros. Era peor <strong>de</strong> lo que se había imaginado en<br />
su sueño más pesimista. Estaba a cuadros.<br />
A<strong><strong>de</strong>l</strong>a levantó la vista <strong>de</strong> las preguntas. Había respondido<br />
sólo a dos. Eso era un cuatro. Miró en dirección<br />
a Nico, que estaba a su lado, y también hacia Luc,<br />
<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Nico. Los dos tenían la misma cara <strong>de</strong> angustia,<br />
<strong>de</strong> dolor <strong>de</strong> estómago recalcitrante, <strong>de</strong> mareo<br />
intenso, tez pálida, congestión ocular, cara <strong>de</strong> pasmo,<br />
como si aquello no pudiera ir con ellos. Contemplaban<br />
sus exámenes absortos.<br />
Tal vez esperando un milagro.<br />
En las novelas policiacas siempre aparecía una pista<br />
<strong>de</strong> última hora, un dato perdido que conducía directamente<br />
al culpable. En los libros <strong>de</strong> ciencia ficción<br />
todo se solucionaba con una batalla galáctica aquí o<br />
una invasión <strong>de</strong> alienígenas buenos allá. En los <strong>de</strong> fantasía,<br />
el mago <strong>de</strong> turno o el héroe <strong>de</strong> siempre lo solucionaba<br />
todo cuando más perdido parecía. En los cómics<br />
no fallaba una. Y en los vi<strong>de</strong>ojuegos, siempre<br />
había un camino, o tres vidas con las que conseguirlo,